No hay causa perdida
El reciente libro de Álvaro Uribe, No hay causa perdida, de amena y fácil lectura, permite recordar la situación del país en 2002 y su evolución durante su presidencia. Nos permite también entender el carácter del autor y comprender, no sólo sus actuaciones, sino igualmente su posición frente a la presidencia de Juan Manuel Santos y a las negociaciones en curso con las Farc. La educación de Uribe en medio de una familia agraria, sus tragedias familiares, explican su temperamento recio que le permite resistir presiones ante las que otros cederían.
Para Uribe una causa importante de la violencia en Colombia se debe a la falta de voluntad de los gobiernos para imponer su autoridad en el territorio nacional, timidez que a todos nos consta (“cualquier sacrificio” vale la pena si se logra la paz, como dijo uno de nuestros expresidentes recientemente) y que produjo, por ejemplo, las concesiones del “Caguán”. Los expertos en guerras irregulares consideran que una subversión no puede triunfar contra las fuerzas del Estado con voluntad política para enfrentarla, dados los recursos superiores de que dispone. Cita Uribe un informe de una agencia del Gobierno estadounidense que consideraba que las Farc podrían derrotar al Ejército colombiano en cinco años si no se tomaban medidas drásticas y que en 2002 el grupo insurgente tenía 18.000 combatientes que en 2010 estaban reducidos a 8.000 y en mengua.
No podemos mencionar en este reducido espacio las muchas vicisitudes de la administración Uribe: el paramilitarismo, nacido en los ochenta ante la insuficiencia del Estado; las llamadas “convivir”, aprobadas por el Congreso en 1994 y ratificadas por la Corte Constitucional; los “falsos positivos” que, en realidad, disminuyeron durante su administración (su ministro de defensa era Santos); cómo 400 de los 1.100 alcaldes no podían despachar en sus sedes y cómo no se podía viajar por las carreteras hasta cuando Uribe organizó convoyes militarizados (hoy poco nos acordamos de esto); sus varias ofertas, desde su discurso de investidura para negociar con las Farc (desechadas, creo, por sentirse la guerrilla en capacidad de seguir derrotando a nuestras Fuerzas Armadas); cómo en agosto de 2002 sólo había recursos para pagar al Ejército hasta octubre; cómo la ayuda de los Estados Unidos fue esencial para enderezar el curso del conflicto (lo que molesta a la extrema izquierda); los casos concretos de ayuda de Chávez a la guerrilla; su propuesta de canjear a Simón Trinidad por los secuestrados; etc., etc.
En fin, en esta obra encontramos un resumen de los logros de Uribe y que frecuentemente se quieren olvidar. Es un hecho que cuando las situaciones mejoran, se tiende a desconocer las malas épocas y las medidas necesarias para conservar los avances logrados. Todos deberíamos leer este libro, empezando por quienes hoy critican al expresidente, para recordar la realidad y si es del caso, criticarlo rebatiendo concretamente sus afirmaciones.