Por limosna se entiende el dinero que se da al mendigo a cambio de nada. San Agustín lo dijo con claridad meridiana: “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada”. Y eso es, precisamente, lo que hacemos dentro del transporte masivo, en los semáforos y en plena calle: nada. Seguimos con déficit espiritual; lo hacemos sin misericordia, sin alma: le damos unos centavos al sujeto u horda de sujetos que nos asaltan -sobre todo en el carro- no por piedad, sino para que no nos hagan daño, para que no nos insulten ni nos lo rayen; claro que el daño está hecho con esa agua pestilente que corroe la pintura y esos cepillos, cuchillas y cauchos espantosos.
Se trata, hablemos claro, de una limosna extorsiva, que si bien no alcanza a ser delictual sí podría tener ribetes contravencionales. En teoría penal se habla de falta o contravención, como una conducta antijurídica que si bien pone en peligro algún bien jurídico protegible, se le da un tratamiento de menor gravedad y que, por tanto, no es tipificada como delito. Allí deberíamos encasillar esta nueva figura, pero no para castigar a la parte débil -al mendicante- sino al fuerte, es decir, al que “paga por la peca”, al verdadero instigador de ese cobro extorsivo: el peatón, el pasajero o el conductor de vehículo, quien bien podría darse el lujo de pagar una multa (un salario mínimo diario, por ejemplo) a favor del ICBF, por caso, o de unos comedores o albergues comunitarios, granjas infantiles y juveniles, centros de rehabilitación o de educación, en los que podríamos hacer realidad el sabio proverbio chino: “Si regalas un pescado a un hombre le darás alimento para un día; si le enseñas a pescar lo alimentarás para el resto de su vida".
Obviamente el problema no es solo colombiano, aunque sí se ha agravado con el millón de mendicantes nuevos que llegaron huyendo del socialismo del Siglo XXI inventado por los detestables dictadores Chávez y Maduro en Venezuela. Es un fenómeno mundial. Dicen que en Madrid es dramático y la prensa reporta que hasta hay carteles de traficantes de humanos que agarran a los gitanos por su cuenta para pedir limosna y hasta han reportado casos de niños a quienes cercenan extremidades para convertirlos en eximios objetivos de compasión. Y acá se conocen casos similares, de niños que son alquilados, o secuestrados, para el mismo efecto.
Pero ojo, que en nuestro medio ha tomado una magnitud tal que ha llegado a perturbar seriamente el orden público interno -el de la calle- y se ha convertido en una verdadera “fábrica de descontento”. Por ello es que la sociedad debe sacudirse y deben estrujarse las autoridades municipales, los concejos, los gremios, Fenalco, Andi, Cámara de Comercio, nuestros parlamentarios y todas las fuerzas vivas de la nación. La solución parece sencilla: no dar limosna en la calle, sino donaciones en los albergues y centros de atención a mendicantes e indigentes; y quien lo haga, que pague las consecuencias (pues limosnero satisfecho…).
El problema -cada día más asfixiante- debe retomarse con seriedad ahora, en plena temporada de cuaresma, como tema de reflexión.