Liderazgo | El Nuevo Siglo
Jueves, 14 de Noviembre de 2019

A una semana de agitarse en Colombia la rebelión social, atizada por afectos y contrarios, prevalecen dos actores: falta de confianza y de liderazgo.

Aún en las peores crisis institucionales que ha librado el país, ha surgido de entre las cenizas de la confusión un líder que calmó las aguas.

Las marchas previstas para el 21, muy seguramente con daños a bienes públicos y enfrentamientos, caos y disturbios, requieren hoy un líder natural que serene los ánimos.

Toda encrucijada tiene una salida. Toda movilización racional o no necesita un guía para desarmar los espíritus.

Mal hace el Gobierno con salir al paso a promotores de movilización con mensajes salidos de tono.

Y aún peor la posición de políticos tradicionales avivando el incendio.

Serenidad, cabeza fría y reflexión reclama la expectante situación.

Preocupa que no hay un líder en el sector público, tampoco en el privado que llame a la sensatez.

Urge liderazgo que aproxime las partes, que suavice encontrones y que acerque diferencias.

Un referente que ponga las cosas en contexto, las cartas sobre la mesa. Que no le reste mérito ni fuerza a lo que puede venir el próximo jueves, pero que tampoco encienda chispa de la confrontación.

El país carece de una figura que nos convoque.

Tiempos de un líder que venga a apaciguar el ambiente, no a enrarecerlo.

La historia nos lleva a tiempos de Laureano Gómez, Mariano Ospina, Alfonso López, Carlos Lleras y el mismo Álvaro Gómez. Aún en los más difíciles momentos, emergía su liderazgo paciente, inteligente y con cercanía a la gente.

No se le pide al Gobierno que renuncie a su agenda ni que olvide su ley de financiamiento o las reformas laboral y pensional. Pero sí podría conciliar y ofrecer más.

Un ejemplo de dar más lo hace la ministra de Trabajo, al oponerse al raquítico aumento del salario mínimo que proponen varios sectores.

Hace bien la funcionaria en señalar que prefiere renunciar antes que apartarse de un ingreso justo y digno para los trabajadores del país.

Es un mensaje que quita aire a la olla a presión.

Igual podría salir el Ejecutivo a suavizar el nerviosismo que causa la reforma tributaria que cursa en el Congreso.

Decirle a los colombianos qué pueden esperar o no de la ley de financiamiento. Si la comunidad poco recibe del tema, pues se le echa más leña a la hoguera social.

A los hogares les talla mucho que le den más palo tributario.

A familias pobres les choca que le metan mano al bolsillo.

A regiones les molesta que educación sea cara y de baja calidad.

A pueblos les mortifica que la salud siga agonizando.

A municipios les aburre convivir con desempleo.

A millones de personas les causa rabia ser cada día más pobres.

A estudiantes les cansa no poder ir a clases por falta de recursos.

Fastidia que aumentar ingresos de más pudientes no causa inflación ni desempleo, pero elevar el salario mínimo sí.