Ante el desplome, evidente, de la institucionalidad colombiana conviene recordar los Principios Fundamento de una nación. Negar la crisis del Estado de Derecho en Colombia es pretender tapar el sol con las manos, porque al suprimirse la verdad de la libertad -que solo subsiste en un ámbito de la responsabilidad compartida- estas, pierden su razón de ser. Igual, que para construir un Estado nuevo y justo es imprescindible privilegiar el contenido ético de las libertades humanas como realidad que solo tienen sentido en un ámbito compartido. Porque la libertad se puede anular y hartar de sí misma cuando se convierte en una realidad vacía: la libertad individual se anula a sí misma. La libertad solo puede subsistir en un orden de libertades comunes.
Es evidente que la libertad conserva su dignidad, solo, cuando permanece vinculada a su fundamento y contenido moral: una libertad cuyo argumento es satisfacer necesidades individuales no sería libertad humana, sería del ámbito animal. La libertad necesita una razón -como el fortalecimiento de los derechos humanos- que le proporcione estos dos conceptos: lo justo y lo bueno: esta es la capacidad de la conciencia para percibir los valores humanos fundamentales.
No se puede pretender la libertad solo para sí misma: la libertad es indivisible –no hay libertad sin sacrificio y renuncia- y reclama, necesariamente, estar conectada al servicio de la humanidad. La libertad requiere ser entendida como un lazo público común para que se le otorgue –a ella, que carece de poder- el verdadero poder al servicio de las personas humanas. Por esto, la libertad pide que la moral sea tenida como un lazo público común necesario.
Ahora, el positivismo, la ingenuidad y el cinismo, occidentales de hoy esconden una libertad vacía -sin dirección, egoísta y superficial- que lleva al nihilismo -del marxismo, del neoliberalismo, y demás ideologías auto destructoras- que niega las verdades de la esfera metafísica como patrimonio común, sin la cual los valores naturales pueden extraviarse de la razón. Y el positivismo estricto, que se expresa en la absolutización del principio mayoritario, se transforma, antes o después, en el nihilismo de las fobias enfermizas. A ese peligro debemos hacer frente cuando está en juego la libertad, los derechos humanos, el bien común.
Difícilmente la democracia, que descansa sobre el principio mayoritario, puede mantener y defender valores no apoyados por esta o defenderse de dogmatismos que le son extraños. Cuando las mayorías se pronuncian así -sin pensadores éticos- resulta imposible conservar la verdad metafísica, como patrimonio común: este es el peor peligro de las democracias modernas. Pero pretender mantener valores morales sin mayorías sería un dogmatismo que no le corresponde. Por esto la libertad pide, a gritos, a los gobernantes, jueces, y legisladores, asumir la responsabilidad de inclinase ante la libertad indefensa, que no es capaz de violencia alguna.
El contenido de este escrito es extraído del discurso de Joseph Ratzinger al ingresar, como membre associé éxtranger en la Académie des Sciences et Politiques, París, 1992.