Resultaría muy paradójico, para decir lo menos, que se utilizara la visita del Papa Francisco para promover y afianzar un laicismo radical, que usando "la tolerancia y el respeto a la diferencia" como garrotes, pretende arrinconar a las mayorías católicas y desdibujar la figura espiritual del Pontífice, reduciéndola a la de un líder político internacional, conocedor de la realidad latinoamericana, aficionado al fútbol y fiel hincha del San Lorenzo de Almagro.
Como afirman los especialistas en comportamiento del ser humano, una cosa es el respeto y el reconocimiento de los derechos de las minorías, que hace posible la convivencia en una sociedad, y otra muy distinta que se intente, en aras de ese "respeto", que las mayorías se sometan al yugo de las minorías. Por eso el país reaccionó tan fuertemente en el caso de las famosas cartillas del Ministerio de Educación sobre ideología de género. Y lo mismo sucedió cuando el tema apareció directa o indirectamente incluido en los Acuerdos de La Habana.
Ahora les llegó el turno a los católicos. Desde las trincheras de los medios de comunicación a plena conciencia o en aras de la “objetividad” se busca convertir el “laicismo” en materia de culto.
Cada día sube el tono para descalificar a los católicos y a los cristianos que profesan públicamente su fe. Al mismo Papa Francisco, que fue tan cortejado por el Gobierno y las Farc durante el proceso de paz cuando dio declaraciones a favor del Sí en el plebiscito, ahora, cuando anuncia una visita "no política", le empiezan a minimizar su liderazgo espiritual y a cuestionar el financiamiento del viaje.
Hasta el ministro de Justicia, Enrique Gil Botero, contestó con desdén a una pregunta de la W Radio sobre por qué una ley de jubileo estaba asociada a la presencia del Papa en un estado laico: "no es una razón suficiente la venida del Papa o del mismo Jesucristo, la razón que motiva al Gobierno a presentar el proyecto, sino razones de política criminal" ¿Se hubiera atrevido a dar la misma respuesta antes de la firma de los acuerdos?
Es triste ver a estos sectores tan "progresistas y democráticos" para promover sus ideologías y tan intolerantes e irrespetuosos con las mayorías creyentes de nuestro país. Esta dictadura de las minorías se estrella todos los días con una opinión pública que está perdiendo el miedo a hacerse respetar. Es el divorcio con el país real, que reflejan las encuestas: los dirigentes están cada vez más desconectados de las raíces de su pueblo.
Dios quiera que ese pueblo se apropie de la visita y que el Espíritu Santo ilumine al Santo Padre para que logre su propósito de unir y no dividir, de venir a todos los colombianos en peregrinación espiritual y no política.
Porque por el camino mediático que empezamos a transitar se corre el riesgo de que unos pocos laicistas radicales, atrincherados en el poder, arrinconen a las mayorías católicas y las distancien de su líder espiritual.