Hoy, difícilmente podemos encontrar a alguien interesado en entender la verdad del hombre, siendo que la humanidad está sufriendo por ese descuido. De aquí que he querido incursionar en este tema:
El dominio del espacio interior: siendo las ideas, los fines, la conciencia y la libertad características exclusivas de la persona humana, que responden a una “nube” -ajena al espacio y al tiempo- conviene conquistar nuestro espacio interior: la imaginación, que es un “plus” para la inteligencia, siempre y cuando no esté sujeta, no tenga nublada la inteligencia o desordenados los sentimientos. La imaginación forja ensueños, ilusiones, lleva a la inestabilidad afectiva; da lugar al atolondramiento, al despiste, al olvido, impide la concentración. En fin, la imaginación se vuelve errática, si son los instintos o los afectos, quienes la dirigen. No obstante, si la persona obra en razón a las razones de su conducta; en razón de su racionalidad, estamos hablando de la conducta madura. Hace las cosas, con un orden lógico, después de haberlas razonado.
Es evidente que esta conducta se puede predecir y justificar: podemos explicar por qué lo hemos hecho. Para madurar es necesario que la inteligencia nos domine: controlando la imaginación, mediante el conocimiento propio; el dominio de la afectividad; el control de la actividad y la reflexión.
El conocimiento propio: “conócete a ti mismo” era la ley del templo de Delfo es el principio de la madurez, es el precepto máximo de Sócrates: en el entendido que el conocimiento de mi yo, es el testimonio de de la madurez.
El ascetismo de los deseos: radica en que el espíritu humano, tiene que abrirse paso entre las tendencias biológicas y dominarlas: limitar los deseos; supera la timidez; vencer la pereza; superar el miedo al dolor y al sacrificio; superar las penalidades; controlar las emociones.
El control de la actividad: viene a ser la capacidad de crear el orden mínimo necesario para desarrollar eficazmente una actividad: esto se llama disciplina; tomar la iniciativa en la distribución de la propia actividad, es empezar a poner orden.
El silencio interior y la prudencia: es la conquista del espacio interior, es la capacidad de recogerse de la persona humana, de entrarse dentro de sí. Es reflexionar: volver sobre si, llegando al núcleo mismo de la conciencia. Dejando atrás los juegos de la imaginación, de los sueños afectivos y demás distracciones externas. La reflexión -busca el silencio, la serenidad y el reposo- no tiene prisa. La prudencia, la costumbre de juzgar bien lo que se ha de hacer. De aquí que la libertad es hermana de prudencia. Además, la prudencia es valorar el derecho en las relaciones humanas y documentar adecuadamente los pactos y obligaciones, porque es el modo de aclarar los asuntos y diferencias cuando se están dando palos de ciego.
En fin, vale la pena recordar a los que sueñan con una nación en paz, de la solidaridad, en el amor eterno, solo se logra en la búsqueda de la verdad del hombre, en la dimensión interior, espiritual, de la persona humana.