En otra de sus deplorables salidas, el presidente de Estados Unidos vende el sofá, y cuando varios de los altos ejecutivos que integraban los Consejos Asesores renuncian, él decide desmantelar los Consejos.
Los directivos de Merck, 3M, Boeing, Walmart, Intel y Campbell -entre otros colosos de la industria norteamericana- reprocharon la ambigüedad del señor Trump frente a la violenta y retrógrada “supremacía blanca” desatada el sábado en Charlottesville.
Ser tolerante frente a la máquina demoledora del Ku Kux Klan y los neonazis, es un atentado contra la sociedad, contra las democracias y los derechos humanos. Es legitimar el racismo, es devolverse 150 años en la historia y herir vida y dignidad de afrodescendientes, judíos, y de todo aquel que tenga dos neuronas de sentido común y funcionando el músculo físico y simbólico del corazón.
¡Qué vergüenza que al hombre más poderoso del mundo le tiemblen la voz y la conciencia a la hora de censurar drásticamente el racismo! Claro… Sería ingenuo esperar algo distinto, de quien pretende levantar muros y ha dicho lo que ha dicho sobre inmigrantes, latinos, musulmanes, mujeres, gays, y demás individuos que no ostenten millones de dólares en su chequera, piel blanca, o un mechón anaranjado en su cabeza.
El primer KKK (ha habido varios porque en este mundo amnésico la estupidez vuelve y empieza), se originó en 1865, recién pasada la Guerra de Secesión, y fue técnicamente disuelto mediante un acta del presidente Grant, seis años después.
Un segundo KKK se creó en 1915, como una organización racista, homófoba, antisemita, xenófoba y anticomunista, de extrema (extremísima) derecha. La depresión del 29, las guerras mundiales y los horrores cometidos por el nazismo, abrieron los ojos del mundo frente a la discriminación y sus secuelas. Así las cosas -así los Treblinkas y las infamias de Hitler y sus adictos- el KKK perdió fuerza, y entre túnicas, capuchones, antorchas y conjuros, se atomizó en la clandestinidad.
Violentos por naturaleza, los miembros de los KKK de los siglos XIX, XX y XXI han sido como incendiarios y criminales, perseguidos por la ley. Pero como no estábamos preparados para un presidente como Trump, la ley se quedó corta; resurgieron las expresiones xenófobas y son los empresarios, los medios de comunicación, intelectuales, políticos, ciudadanos en general, los llamados a poner los puntos sobre las íes. Por eso tiene tanto valor la renuncia de las multinacionales a los Consejos Asesores y al Foro de Estrategia; por eso importan la reacciones de conservadores como la Primera Ministra Theresa May; republicanos como Paul Ryan, portavoz de la Cámara de Representantes de los USA; o el social-demócrata Heiko Maas, ministro de justicia alemán, quienes no han dudado en criticar la insolente ambigüedad de Trump. También por eso resulta tan torpe y arbitraria, la venta del sofá.
Punto aparte, tristeza irreversible: Hoy es 18 de agosto. Hace 28 años la mafia nos dejó sin Luis Carlos Galán. Cada vez que nos aturde una de las tantas voces corruptas de nuestra política, duele aun más la ausencia de este hombre maravilloso.
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