No me refiero a toda la ebullición que hay en la actualidad en algunos países suramericanos y que nos tiene tan pensativos a los colombianos. Se trata de otra ebullición y es la que se dio en el reciente sínodo sobre la Amazonía, que sesionó en Roma, por convocatoria del Papa Francisco. Algunos católicos están inquietos pensando que en el Vaticano se cambió a Dios por la madre tierra o el altar por las mantas extendidas en el piso. Otros creen que está próximo a fenecer el celibato sacerdotal y que pronto las mujeres estarán presidiendo la eucaristía o las confesiones sacramentales. La verdad sea dicha, el sínodo solo tiene la capacidad de discutir sobre todos los temas que se le asignen y convertidos en un documento, entregarlo al Sumo Pontífice para que lo evalúe y tome de allí lo que crea pertinente y lo demás lo deje de lado o lo deje madurar un poco más. Ahí va la cosa.
Sin embargo, es preciso anotar que el documento final, de 120 párrafos, es bastante atrevido en el sentido de que les mete la muela a temas muy complejos de la Amazonía y de la Iglesia en su labor misionera en esa región. Esta zona del planeta tiene alrededor de 33 millones de personas, de las cuales dos y medio millones son indígenas. Los demás son los colonos, los afrodescendientes, los migrantes y desplazados de todas las latitudes que tocan esta selva majestuosa. El documento pone el dedo en la llaga de la deforestación, la minería irracional, el tráfico de personas, el comercio sexual, la expulsión de comunidades enteras por hambre, pobreza, nuevos propietarios, etc. Y también cuestiona en buena parte la manera como la Iglesia Católica y otras confesiones cristianas han abordado la evangelización de los habitantes amazónicos, aunque sin crear un complejo de culpa total, porque es mucho lo que la Iglesia ha hecho de bueno por la región y sus habitantes. Pero es valiosa la autocrítica que el sínodo hace sobre la misma Iglesia que lo convocó.
Esta región es hoy en día un reto inmenso para la Iglesia y las propuestas del sínodo al Papa son las que pueden convertirse en una revolución, no solo para las comunidades de católicos en esa región, sino a través de ellas para toda la Iglesia. Interculturalidad, inmersión, diálogo, valoración, educación, conservación, promoción, son algunas de las palabras que llenan el documento. En el fondo son palabras que le gritan a toda la Iglesia y quizás al mundo entero que hay que cambiar en gran medida el modo de relacionarse con la Amazonía, tanto en su aspecto ecológico como en su componente humano.
En la reflexión sobre ese cambio, por ejemplo, la Iglesia deberá preguntarse qué tipo de ministerios debe ofrecer a esa población, qué labor deben desempeñar hombres y mujeres en una Iglesia para la Amazonía, qué cuadra y qué no cuadra de lo puramente romano en lo puramente selvático. La revolución puede ser simplemente una mayor flexibilidad y una mucho mayor creatividad, esta última, virtud a veces bastante escasa en los escenarios eclesiales. Como quiera que sea, si se afirma que la Amazonía es el pulmón del mundo, puede ser, ojalá, también de la Iglesia universal. Que no se olvide lo que era el escenario de nuestros padres Adán y Eva.