La realidad indica que la sexualidad no es solo fisiología porque ser hombre o ser mujer no es solo tener órganos sexuales de un tipo o de otro. Las diferencias sexuales entre hombre y mujer tienen una misteriosa, formidable, complementariedad, que va mucho más allá: la relación entre los dos es mucho más que una relación de cuerpos.
La función sexual no es solo una función biológica cualquiera, es el modo de transmitir la vida humana. Y siendo que ésta es sagrada, el sexo -fuente de la vida humana- es sagrado y el matrimonio, que es donde se ejerce esta función, es sagrada.
Inexplicablemente, nuestra cultura no comprende el carácter profundamente sabio del tabú que la moral le pone al sexo: protección de la dignidad de la vida humana. Hemos perdido el respeto por el sexo: le quitamos su carácter sagrado y lo hemos convertido en objeto de consumo barato, ordinario, y sin límites, con quién sea y cuando sea, desde las primeras señales de la adolescencia. Borrando del mapa la sacralidad, fundamental, del matrimonio y de la vida humana.
La obsesión, “viral” por el sexo ha borrado la conciencia y el carácter profundamente sabio del tabú sexual: este es visto como un argumento para acabar con la libertad irresponsable. Siendo que éste es garante de la dignidad humana. Perdiéndole el respeto al sexo y a su carácter sagrado han cambiado la sacralidad del matrimonio y de la vida humana por collares de espejos, sin valor alguno.
Por lo que urge reencontrar la misión profunda de la sexualidad: la debida sensibilidad de las grandes realidades de la vida humana que están amenazadas, por la mentalidad que solo valora lo que se puede acaparar, devorar, usar, gastar. Hoy, se ha perdido el sentido de la amistad, la belleza, la sabiduría, la vida serena; y demás valores intangibles, no obstante que estos son lo más valioso del universo humano.
La moral no reprime el sexo, lo protege y valora. El ejercicio de la función sexual está en la base de la institución social más importante de todas: la familia. El sexo está en la base de las relaciones humanas más fuertes: entre esposos; padres e hijos; hermanos. Por eso mismo, una parte importante de la plenitud y felicidad humana tiene mucho que ver con el amor, y los amores más fuertes suelen provenir de sus vínculos familiares.
Así, la función sexual está en el núcleo de la vida familiar: en el centro de la vida social, afectando a todos. Es un punto neurálgico: la columna vertebral de las relaciones humanas. Por eso las civilizaciones sabias hicieron del sexo un tabú sagrado, sabio. Todas las civilizaciones sanas se han exigido una disciplina sexual; una regulación cuidadosa del ejercicio de la función sexual: relaciones matrimoniales, edad para casarse, preparación debida… Es conocido, desde siempre, el daño que la indisciplina (irresponsabilidad) sexual hace a las culturas. Por esto cuando la moral habla de sexo, está hablando de la familia, como inseparables: el sexo tiene su ejercicio natural en el matrimonio. (Artículo de extractos de: Moral El arte de Vivir, J.L. Lorda)