LAS menores embarazadas, los divorcios “espress”, la infidelidad, el turismo sexual con menores, el acceso carnal violento, la adicción a la pornografía, la irresponsabilidad moral…, son una realidad que pide razones y respuestas: aunque sabemos que estas se originan en el placer sexual, o mejor, en la cultura de libertad para disfrutar el sexo y las oportunidades que se presentan en todas las esquinas.
De aquí que vale la pena profundizar en la realidad del sexo entre los humanos según la voz de la naturaleza: la voz de las cosas que nos dicen lo que son. Es de justicia reconocer que el instinto sexual es una inclinación fuerte en todos animales: las facultades sexuales producen un placer específico, que conllevan un elemento fuertemente pasional. Igual que otros placeres que llevan al vicio y esto debería llevar al universo de lo moral. Aclarando que buscar el placer no es algo malo: en la moral los bienes son bienes y el placer es un bien –el mal aparece solo cuando no se respeta el orden de los bienes y deberes que conviene guardar– y el sexo es una realidad muy rica, pero, en este caso además del placer entran en juego otros bienes y deberes, fundamentales, para la persona humana y la sociedad. El problema del sexo es que el placer, por ser fuerte, tiende a acaparar la atención y a producir desordenes dañinos frente a los bienes que están en juego.
Resulta que placer sexual es un tipo de placer peculiar, indiferente para otros: se trata de un placer físico (una sensación); no es un placer estético (el que produce contemplar un paisaje), ni un gozo espiritual (el que lleva al cariño), ni es, claramente, la felicidad. Nadie puede confundir la felicidad, que es un estado de plenitud humana con el ejercicio del sexo que, si mucho, proporciona momentos de placer físico más o menos efímeros. Al ser un placer físico, el placer sexual está sometido a todas las leyes de lo corporal: es limitado, transitorio y depende de muchas circunstancias incontrolables, esclavizante. Además, tiende a un rendimiento decreciente.
Ahora, el fondo de la moral sexual radica en entender que: la función sexual, su fin, no es el placer, sino la función natural de la sexualidad: la función sexual esta ordenada a la transmisión de la vida. Esta verdad biológica es irrefutable: los órganos sexuales de hombre y mujer, son complementarios y están dispuestos para facilitar la reproducción. Así, dejando obrar a la naturaleza se llega a eso: se conserva la especie, en compañía del placer.
Toda la moral sexual se basa en esta verdad biológica que vale la pena repetir: el ejercicio de la función sexual se ordena, por su propia naturaleza, a transmitir la vida. El bien del placer, que es un bien individual, está ordenado al bien de la especie: esta es la verdad del sexo, esta es la voz de la naturaleza. El desorden sexual, mundial, viene de una cultura enfermiza, de medios de comunicación estériles, ideologías de ignorantes, de negocios oscuros, del vacío de verdad de nuestro tiempo. (Artículo extraído de: Moral El arte de Vivir, J.L. Lorda)