Después de muchos años de sufrimientos aprendimos a lidiar con la violencia y nos ilusionamos con la posibilidad de conquistar la paz.
Durante todo el largo período que nos enseñó a convivir con las interminables relaciones diarias de asaltos, extorsiones, secuestros, masacres, asesinatos y todo el horror que significó la degradación del conflicto, pensamos que ese infierno tenía salida. Vivíamos con la esperanza de gozar algún día de la paz. Y con esa perspectiva el país encontró fuerzas para subsistir, trabajar y progresar.
Por eso estuvo listo a aceptar lo que fuera con tal de tener paz. Creyó que un episodio milagroso nos despertaría un día con el país tranquilo. Los halcones amanecerían convertidos en palomas.
La paz se usó como un garrote para golpear a los adversarios y cualquier alusión a ella que no fuera de alabanza extrema se descalificó, repartiendo literalmente a derecha e izquierda los calificativos de “enemigos de la paz”. Bastaba la más mínima observación para atacar como enemigo de la paz a quien propusiera cualquier cosa distinta a rendirse a los “nuevos amigos”, quienes habían perseguido a escopetazos la palomita durante más de medio siglo.
Nadie pensó qué seguiría después de ese mágico momento en que reinaría la paz y el país quedaría inundado de felicidad. Las preguntas eran obvias: ¿Qué haremos a partir del día en que amanezcamos en paz? ¿Cuáles son las consecuencias de las concesiones ofrecidas sin medida para que despuntara esa aurora de paz?
Los documentos firmados se analizaron minuciosamente según lo proclamaban los negociadores. ¿Y sus efectos?
Llegamos al postconflicto sin una estrategia definida para poner en práctica lo pactado. Sin nada distinto de continuar los enfrentamientos anteriores, con matices distintos y polarización extrema.
Mientras el país despierta se da cuenta de lo que firmaron a nombre suyo, sigue el sabio consejo de Perogrullo de mejorar lo bueno y aminorar lo malo, y se alista a pagar el precio de los hechos cumplidos hay que, por lo menos, frenar la polarización absurda que todos los días se acentúa, no exacerbar más los ánimos, no entregar a pedazos el Estado y entender que aquí no hay más enemigos de la paz que quienes continúan estallando cilindros bomba a los cimientos institucionales.
Si de veras queremos la paz hay que comenzar por hacerla entre quienes están dispuestos a enterrar los odios. Si no es posible el acuerdo con los que piensan en el país ¿Cómo hablar con las guerrillas? ¿Cómo actuar en el postconflicto? ¿Qué hacer ante las perspectivas de una jurisdicción especial para la paz que rompe con la imparcialidad sin la cual es imposible administrar justicia?
Por el camino que vamos, las consecuencias de improvisar en el posconflicto resultarán peores que las desgracias acumuladas en la época de la violencia que ahora se bautizó como la “guerra”.
¿Cuál es la paz que pregonan los líderes políticos, incapaces de alcanzarla entre ellos? ¿Cuál es la pedagogía de la paz que predican con el ejemplo?