El video de Márquez y sus seguidores y las reacciones que suscitó, dejaron al descubierto tanto su anacronismo como la irreversibilidad del proceso de pacificación del país. Sin embargo, dependiendo de las posturas y acciones que en el inmediato futuro adopten el Gobierno y el liderazgo político, gremial, social y periodístico, la pacificación o continúa su marcha o se estanca quedando en entredicho.
El anacronismo salta a la vista al tener en cuenta que la pretensión de Márquez y demás de crear una guerrilla como fueron las Farc requiere mucho tiempo, un momento político propicio y oportuno, un entorno internacional favorable y sólida financiación. Y salvo por la financiación que podrían tener, Márquez y su gente no tienen en su haber lo demás.
Según diferentes encuestas la mayoría de colombianos quieren que se consolide la implementación de lo pactado con las Farc y no muestran nada parecido a “fervor revolucionario”, salvo por unos pocos sectores de jóvenes hiper-ideologizados. Es más, hasta el momento el grueso de las disidencias y el Eln no están dispuestos a concederle el mando que Márquez cree merecer, y lo más probable es que las “nuevas Farc” queden en una semi-guerrilla sin mayor control territorial, aunque entre ellos se cuenten unos cabecillas experimentados como Romaña y El Paisa. De otra parte, en lo internacional, salvo el régimen venezolano, y quizás Rusia, habría poco interés en apoyar la aventura sin futuro de Márquez. Y la situación de Maduro es todo menos fuerte y estable, de ahí su prolífica verborrea provocadora. Todo lo anterior implica que las opciones militares de la semi-guerrilla, para poder reclamar algún tipo de vocería política, hasta ahora estén limitadas a acciones como atentados terroristas simbólicos, asesinatos selectivos y extorsiones. Y si optan por ellas, se apretarían, hasta ahorcarse, la soga al cuello que ellos mismos se colocaron.
Pero lo que con más contundencia mostró la equivocación de Márquez y compañía, fue el hecho de ver a Rodrigo Londoño y demás miembros históricos de la antigua guerrilla defendiendo el Estado de derecho y las instituciones, rechazando además la lucha armada por anacrónica.
Sin embargo, hay que decir que “la causa” expresada en el discurso auto-justificatorio de Márquez no está construida sobre el vacío. Si bien confunde “perfidia del régimen” con la falta de convicción del presidente Duque en la importancia de implementar los acuerdos, dicha causa puede mantenerse creíble para Márquez y potenciales simpatizantes de izquierda radical, empezando por los mandos medios en proceso de reincorporación a la vida civil, si el Gobierno no lidera de manera “genuina” los aspectos decisivos de la implementación como las reformas rural y política, y no respalda inequívocamente la marcha de la JEP y la Comisión de la Verdad. También, si no provee todo su apoyo a la necesidad de la Corte Suprema de interrogar a fondo a Marín en EE.UU.
Colombia no puede incurrir en una especie de reedición de la “Patria Boba” privilegiando unas pugnas políticas internas, sacrificando así la pacificación.