No es la primera vez que Estados Unidos afronta un levantamiento de protesta antirracista a causa del abuso de autoridad policial. Si partimos de la década de los sesenta a la fecha, como una docena de hechos han dejado cientos de muertos y miles de heridos, millonarias perdidas por destrozos. El asesinato de Martin Luther King, en 1968, fue algo que el presidente Kennedy tuvo que afrontar y posteriormente presidentes como Carter, Bush padre e hijo, Obama y ahora Trump entre otros les ha tocado situaciones de fuertes protestas por motivos violentos.
Lo que está pasando ahora a causa de la muerte del ciudadano afroamericano ha sido grave, pues han confluido varios aspectos en contra de Trump. El primero fue el hecho de la insensible actitud del policía Derek Chauvin y sus compañeros, que estúpidamente permitieron la muerte de un buen hombre como George Floyd; segundo la actitud soberbia del Presidente quién no fue contundente y solidario con el dolor; tercero por tratar de controlar con el ejército las protestas.
Pero mas allá del hecho fortuito y censurable de la prepotencia del policía, está la ley y el orden, el Presidente tiene la obligación de proteger la vida, honra y bienes de los ciudadanos, para ello la Constitución norteamericana le otorga poderes y Trump los está utilizando. El sabe bien que estos levantamientos, aparte de la ira del pueblo, son también infiltraciones poderosas de una extrema izquierda creciente, de movimientos racistas tanto de negros como blancos, de comunidades de emigrantes latinos, árabes, musulmanes, orientales, demócratas así como norteamericanos independientes, contrarios a Trump y especialmente vándalos y delincuentes que pescan en río revuelto.
Todo lo anterior es capitalizado por esas tendencias políticas extremas que gravitan en el mundo, así como sucedió en Paris, en Chile, Ecuador y acá en Colombia entre otros, que buscan desestabilizar la democracia para dar paso abierto a sistemas totalitarios como los que ya existen en varios países destruyendo la moral, la economía y el futuro de la gente.
Las protestas públicas, las marchas y la voz del pueblo son totalmente válidas, pero difieren mucho de lo que estamos viendo: destrucción, incendios, agresiones, heridos y muertes. La fuerza pública está para defender a la mayoría, al ciudadano de bien, a la propiedad y a los negocios, debe ser fuerte para imponer la ley y el orden.