El arte es la expresión de la belleza; la belleza es emoción. ¿Cuál es la razón de esa emoción? Es una incógnita difícil de develar. En todo caso, acercarse a una respuesta satisfactoria no es una vivencia difícil, sólo que la respuesta se siente aun cuando no se pueda traducir en palabras.
Eric R. Kandel, en su interesante obra "La era del inconsciente. La exploración en el arte, la mente y el cerebro”, plantea tesis soportadas en estudios psicoanalíticos que permiten descubrir la razón de la emoción placentera que produce la belleza artística. Su trabajo se funda, principalmente, en al análisis de la obra de maestros revolucionarios como Gustavo Klimt y Oskar Kokoshka.
Trasladando el tema al ambiente local, estimulado por la Feria de Arte de Bogotá, la experiencia vivida al observar la conducta del público en el escenario es aleccionadora. No siempre la atención se fija en el contenido bello de la obra sino en su precio. Esta realidad es trascendental: insensibilidad patológica colectiva, el arte no conmueve
La siquiatra Lucía del Pilar Rivera, recientemente, dictó una conferencia en el Instituto Colombiano del Sistema Nervioso y su disertación tuvo como personaje principal al artista colombiano Luís Zuluaga. El contenido de la exposición se consignó en este título: “Desolados: en la frontera entre la siquiatría y el arte”.
La obra del maestro tiene la virtud de inquietar el espíritu; sus figuras humanas dibujan la tristeza de nuestra existencia y conmueven el sentimiento. Sus pinturas, repitiendo el pensamiento de Rembrandt, llevan a concluir que “el pintor persigue la línea y el color pero su fin es la poesía”.
El impacto que disparan los cuadros de Luís Zuluaga confirma la ineludible transferencia que ocurre entre la obra y el espectador, de su fuerza surge la calificación de su calidad, pues es una incuestionable verdad que el cerebro del artista es único y es esa individualidad la que lo habilita para trasmitir la emoción de la belleza indescifrable.
Es la estética, parte de la filosofía, la que permite el intento de descifrar el significado de la belleza, una expresión que se trasmite en diversos lenguajes: la música, la escultura, el teatro, la poesía, la pintura y la justicia.
Los juristas, especialmente los de ahora, pretenden convertir esta manifestación en una ciencia quántica y están equivocados. En la antigüedad, antes de que existiera el computador, los conflictos sociales se resolvían ante un jurado de conciencia y sus fallos, generalmente, eran acertados. ¿Por qué? Sencillamente porque el veredicto estaba fundado en la emoción y en la belleza; no en la retórica discursiva y petulante.
El error consiste en pensar que todos los que estudian arte pueden ser artistas y, en consecuencia, comerciantes; igualmente creer que por la sola circunstancia de haber estudiado derecho se puede ser un juez ¡justo! La belleza de la justicia no puede ser un artículo vulgar.