Vivir es todo un acto de aprendizaje. Mientras estamos aprendiendo nos relacionamos profundamente con nosotros mismos y la vida. Y aprender sin equivocarse es imposible.
En este plano existencial somos muy pequeños, algo que olvidamos si no tenemos la justa perspectiva. Ser pequeños no es sinónimo de no ser importantes: lo somos, pues en estas dimensiones tan bajitas donde el espíritu se ha hecho denso para manifestarse como materia, la vida de cada ser humano es fundamental para encontrar salidas que nos permitan vivir en gozo, que es estar en unidad, solidaridad, cooperación y conexión amorosa con todo lo que existe. Esto, que aún no lo logramos como humanidad, ha de ser nuestro norte. Seguimos equivocándonos cuando fomentamos la competencia, nos creemos la efímera grandeza y hacemos que ganen unos pocos a costa de muchos. Estamos aprendiendo y necesitamos ser compasivos con nosotros mismos, tenernos paciencia. Y aprender del error.
Si la competencia fuese sana viviríamos en un paraíso para todos. En nuestra cotidianidad estamos inundados de ella, ensalzada al máximo, coreada por millones y adornada con música épica, como si fuese la mayor epopeya humana. Ahí vamos, y lo más probable es que continuemos así otros cien o doscientos años; lo que es indudable es que también es posible un cambio de paradigma y que lo estamos haciendo. El error de estar en competencia nos ha salido muy costoso a todos, aunque ha sido muy lucrativo para algunos que ven en ella progreso, ganancias y estatus. Como todo es asunto de perspectiva, si es corta y creemos que esta es la única existencia veremos en la competencia la gran oportunidad para triunfar, desde la escasa visión de triunfo: yo sobre todos. Al expandir la mirada, podemos ver la vida c es un espacio de aprendizaje que nos posibilita nuevas experiencias, en las que ganamos todos y la satisfacción es vivir en unidad.
Seguimos en error si no trabajamos por todos en equidad; si seguimos dividiendo para vencer; si antes que el amor fomentamos la pasión que fragmenta. Cada persona tiene abierta la posibilidad de expandir su mente y su corazón para ampliar la mirada y vivir sin la presión de la competencia, sin la exigencia de estar siempre en la cima, sin el desgaste de tener que defender su microfeudo. Al soltar el competir podemos abrazar el compartir, no con la arrogancia de la limosna, sino con el amor de la fraternidad. Esto, que hoy parece imposible, es el futuro al cual estamos llamados si queremos sobrevivir como especie y trascender el sufrimiento. Podemos reconocer que hay otras dinámicas posibles, de amor y cooperación. Juntos podemos ir aprendiendo del error para vivir mejor.
@edoxvargas