Con un muy tímido anuncio del gobierno de Iván Duque sobre la reanudación de la aspersión de cultivos ilícitos con glifosato, ya en las postrimerías de su administración, vuelve a ponerse de presente la hipocresía que caracteriza el tema y el carácter político de la resistencia que enfrenta. Este asunto no tiene nada que ver con el cuidado del medio ambiente y mucho menos con la salud humana, aunque se le quiera hacer ver así.
Tiene razón el senador José Obdulio Gaviria cuando afirma que el debate por la utilización del glifosato es simplemente un lobby a favor de un negocio de 14.000 millones de dólares, y que si mañana se descubriera un producto natural que pudiera destruir la coca inmediatamente se prohibiría también. En efecto, no hay que tener demasiada imaginación para sospechar que si mañana se descubriera que la aguapanela con limón arrasa las matas de coca, inmediatamente se satanizaría tanto la producción de panela como la de limón, y terminarían prohibiendo semejante veneno de la noche a la mañana.
Es que, no es una exageración, sino que ya ha pasado, porque el tema de la fumigación de los cultivos ilícitos no es nada nuevo. Ya en los años ochenta, el gobierno de Belisario Betancur prohibió el uso del paraquat en la aspersión de cultivos ilícitos, pero permitiendo su utilización en la agricultura legal. Y, años después, hubo una corta polémica cuando surgió la posibilidad de que la coca fuera destruida por agentes naturales como el Fusarium oxysporum, un hongo que afecta a la planta, o, más recientemente, la mariposa come coca, llamada Eloria Noyesi. Opciones que no prosperan porque de inmediato saltan los ‘expertos’ a advertir daños en el ecosistema y la posible ocurrencia de toda clase de efectos adversos que arrasarían con nuestra cacareada diversidad medioambiental. Por eso, ni siquiera se han probado.
En cambio, como la efectividad del glifosato está comprobada, sigue siendo el que se lleva todas las críticas sin importar que se incurra en las más grandes contradicciones para satanizar su uso. No obstante, hay que repetir que el glifosato es el herbicida más vendido del mundo, y su uso es común en prácticamente todos los países y en toda clase de cultivos. En Colombia se utiliza para fumigar malezas en cultivos de caña, café, arroz, plátano, banano, maíz, palma, algodón, verduras y frutales. Es decir, cosas que comemos a diario. Es más, en nuestro país se emplean algo más de 9 millones de litros anuales de esta sustancia, de los cuales solo medio millón (alrededor del 5%) se utilizaban para fumigar coca cuando ello era permitido.
Entonces, ¿si es cancerígeno para combatir la coca, por qué no lo es para producir comida? Para sostener este infundio, algunos dicen que el problema es la aspersión aérea, pero resulta que también con avioneta se asperjan con glifosato los cultivos de caña y arroz. Otros dicen que el problema está en la concentración usada y algunos más dicen que el problema es el glifosato chino, que es de mala calidad, y no el original de Monsanto, el Roundup, cuya patente fue liberada en el año 2000 y desde entonces es comercializado por muchos fabricantes.
En cambio, lo que sí es grave para el medio ambiente y la salud humana es el uso de los 17 precursores químicos que se emplean para producir la cocaína, y el abuso del mercurio y el cianuro en la minería ilegal. Y, como para Ripley (¡aunque usted no lo crea!), resulta que lo que usan los cultivadores de coca para matar las malezas y preparar los terrenos, son los productos que más se han desacreditado para su contención, el paraquat y el glifosato. Eso es lo que lloverá en los parques nacionales y las áreas protegidas, donde no podrá erradicarse por aspersión aérea. Una verdadera invitación a los narcos, que siempre van adelante de las autoridades y cuentan con una jauría de hipócritas que los apoyan.
@SaulHernandezB