Diciembre es asociado como un tiempo para compartir en familia. Son los días del reencuentro. Son los días en que se reavivan los valores aprendidos al calor del hogar.
Definitivamente, es un tipo propicio para recordar que la familia cristiana no es sólo un espacio íntimo sino un semillero de principios y valores cristianos que han de germinar y fructificar no sólo para beneficio de los parientes sino de la sociedad en general.
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI, n. 209-210) sostiene que la familia es “el lugar primario de la humanización de la persona y de la sociedad, cuna de la vida y del amor”. Allí los hijos “aprenden las primeras y más decisivas lecciones de sabiduría práctica a las que van unidas las virtudes”. Así, se comprende cómo es de seria la tarea que los cónyuges asumen cuando reciben de Dios la misión de cuidar a los hijos. Papá y mamá se hacen los más eficaces educadores en humanidad y en la fe de sus hijos. Los conocimientos que adquieran fuera de la casa, nunca tendrán el arraigo de lo que aprendan en casa (no sólo con las palabras sino con el testimonio de sus padres).
En el pesebre contemplamos la familia de Nazaret, y allí recordamos que «Jesús nació y vivió en una familia concreta aceptando todas sus características propias y dio así una excelsa dignidad a la institución matrimonial». La Navidad celebra el nacimiento de Jesús, pero también celebra a la familia como lugar privilegiado para encarnar el misterio de la redención humana al interior del hogar pero llegando a todos los ámbitos de la sociedad.
La sociedad debe respetar el valor de la familia como célula social; en este sentido el CDSI advierte que “relegar la familia a un papel subalterno y secundario, excluyéndola del lugar que le compete en la sociedad significa causar un grave daño al auténtico crecimiento de todo el cuerpo social”. Y justamente por ellos, la familia debe hacer valer su derecho a jugar este rol central que impacta a la comunidad a partir de los valores que allí se siembran en sus integrantes.
De este modo, que estos días de la Navidad y Año nuevo, alrededor de José, María y Jesús, afiancemos los vínculos de nuestras familias y entendamos que ellas no pueden ser simples espectadoras de una sociedad que decide en su nombre lo que quiere para las personas sino que han de ser protagonistas e influenciadoras en la construcción de aquello que san Juan Pablo II llamó “civilización del amor”.
(Tomado de la Conferencia Episcopal de Colombia)
*Obispo Auxiliar de Cali