El profesor Fernando Cepeda suele afirmar que en el Congreso Colombiano solo existe un partido: El Presidencialista. Es una verdad de a puño, últimamente alterada por la oposición del Centro Democrático. Tanta es la identificación con el mandatario de turno que el declinar del gobierno Santos ha implicado el declive de los partidos de la mesa de Unidad Nacional.
Los viejos partidos, con múltiples nombres, han entrado en un laberinto de identidad que nos puede conducir al caos institucional. En la desorientación general se evidencia la falta de un gran liderazgo, cuando era el liderazgo, precisamente, una de las características de nuestras colectividades. Si exceptuamos al expresidente Uribe y a Vargas Lleras, los partidos, en las últimas décadas, han sido orientados por medianías, sin autoridad intelectual, moral o política. Acostumbrados a los grandes, los López, los Lleras, los Gómez, Ospina, Álzate, Misael Pastrana, el fenómeno de hoy resulta desolador. Es patético ver a Horacio Serpa de prefecto de disciplina del Partido Liberal.
Son múltiples las causas del deterioro de lo político. Señalo, que un momento clave en la reciente historia de Colombia fue la elección popular de Alcaldes y Gobernadores. Se invirtió, entonces, la estructura del poder. Antes, esos funcionarios eran designados y le respondían al Presidente o al Gobernador. Cuando fueron elegidos por el voto popular, se alzaron con el santo y la limosna. Se consideran “dueños de los votos” y ejercen un poder omnímodo. Reciben genuflexiones, tanto de los aspirantes a sucederlos como de los Congresistas, siempre en trance de relección. Ese reino del nepotismo y el amiguismo ha generado la agobiante venalidad con la que se maneja la cosa pública. Es la “contratocracia” en toda la mezquindad de la codicia. No se tienen en cuenta las calidades de los aspirantes sino la relación familiar, la cantidad del aporte económico o el compromiso para cuidar el trono hasta la próxima elección.
El desapacible escenario se complementa con la circunscripción nacional para Senado de la República. Los candidatos, navegantes angustiados de un extenso mar electoral, sin programas y sin propuestas, no ofrecen cosa distinta que dinero e influencias. Ni siquiera gestiones para el desarrollo de los Departamentos y Comarcas. La moneda de cambio son los “cupos indicativos”.
Todo esto ocurre ante los ojos de las entidades de control, las cuales no se han adaptado al origen popular del poder regional y municipal. La Contraloría General de la República y la Procuraduría General de la Nación son paquidermos sin agilidad, sin eficacia, sin eficiencia. Y, como en el caso de la Rama Judicial, sumida en la podredumbre, cada vez que se pretende modernizarlas, surge el patrón repetitivo de foros, seminarios, reuniones de alto bordo de las que sale más y más confusión. Esas instituciones requieren descentralización profunda y actualización informática.
Se necesita encontrar una vía excepcional para hacer pronto las reformas. El ritmo creciente de la corrupción avanza y amenaza de muerte nuestro sistema republicano. Se ha perdido la fe en las instituciones y en los hombres. No hay espacio para dilaciones. Como la Política crea el Derecho, es la hora de la imaginación creadora, de las decisiones históricas que cambien el peligroso rumbo que ha tomado nuestra democracia.