En los últimos tiempos se me ha dificultado encontrar un tema para escribir esta columna. A pesar de que me apasiona lo público ¿Por qué empecé a experimentar saturación, cansancio y hasta rechazo por la avalancha de noticias? ¿Más titulares sobre Santrich? ¿Sobre la corrupción en el Ejército? ¿Sobre la extradición de Andrés Felipe Arias? ¿Sobre otras chuzadas? ¿Sobre la JEP? ¿Sobre el ingreso de dineros de Odebrecht a las campañas poíticas? He estado reflexionando sobre el orígen de mi rechazo y casi fastidio de informarme sobre estos temas. Me pregunté: Si mi oficio es el periodismo y una de mis pasiones observar el devenir del juego político ¿Qué me saturó?
Al fin lo comprendí: El activismo ideológico de algunas de las mejores plumas y voces del país, cuya auto referencia nos ha conducido a una disociación paulatina entre la palabra, la verdad y la intención. Hasta en los titulares de las noticias, que se deberían referir sólo a los hechos, se devela la intención abierta de maximizar, debilitar o simplemente desaparecer la información, si no conviene a sus intereses.
Estos jueces implacables parecen obedecer a unas premisas básicas. Coinciden en debilitar todo lo que proceda del gobierno, maximizan unos delitos cometidos por funcionarios del establecimiento para "justificar" y mimetizar los delitos de lesa humanidad cometidos por grupos armados. Su manejo de la noticia incita a los radicales al linchamiento y esos son los que más suelen opinar masivamente.
¿Qué está pasando? Que prima el proselitismo ideológico de quienes manejan opinión. Aunque usen el lenguaje con “maestría” y le mezclen denuncias y datos comprobables, la verdadera motivación de los escritos es dudosa. Parecen estar diseñados como misiles con la clara intencionalidad de hacer daño o debilitar al que han graduado de adversario y, en muchos casos, de enemigo personal. De entrada, el escrito sale a la luz con la credibilidad debilitada, aunque contenga verdades, porque prima la intencionalidad de golpear al otro. No hay espacios para la duda. Poseedores de la verdad revelada, no admiten el más mínimo cuestionamiento y ya cuando la fuerza avasalladora de los hechos se impone, como en el caso Santrich, entonces nos dicen sin sonrojarse que ellos siempre estuvieron del lado exactamente contrario al que predicaron.
Cada vez es más evidente el interés personal, primando sobre el general. Un grupo importante de los "pensadores" decidió alinearse como parte de la confrontación, de la "polarización". Aunque la verdad, es que ya hay un número significativo de palabras que da hartera emplear porque perdieron su significado:
Como la palabra "paz" empleada como bala para dividir. La palabra "polarización" empleada ahora como combustible para conseguir votos. "Tolerancia" usada, no para reconocer y respetar la dignidad del otro, sino para imponer una dictadura de las minorías.
La exposición pública, la fama termina por nublar el discernimiento. Necesitamos pensadores serenos, que orienten a la opinión, que crean en la democracia, no militantes ideológicos y defensores de intereses particulares con afán desmedido de protagonismo. ¡Que cansancio!