Juan Gabriel Uribe Vegalara | El Nuevo Siglo
Domingo, 30 de Noviembre de 2014

 “Dilaciones, perjudiciales desde todo punto de vista”

RECOBRAR EL RITMO

Interrupciones: el peor camino

Bueno,  a no dudarlo, el esfuerzo hecho por Enrique Santos Calderón en su libro de las 24 horas en que se abrió, hace dos años, el proceso de paz que actualmente tiene curso en La Habana. Bueno, porque a más de revelador, es un examen periodístico de quien lleva décadas apostándole a la paz, con sus dramáticos altibajos. Todavía mejor porque genera un peso y contrapeso adecuado entre el optimismo y el pesimismo y guarda la sindéresis propia del ensayista de quilates.

En tanto, retomar el hilo después de diez años de confrontación abierta, en que las Farc vieron caer buena parte de su cúpula, no debió ser nada fácil. Cuando llegó a término el proceso de paz del Caguán parecía cerrada definitivamente cualquier compuerta a la salida política negociada. Mucha agua corrió bajo el puente desde que el país, casi por entero, viró hacia la consigna de seguridad democrática planteada luego del vacío que había quedado.  Ello, incluso, fue el motivo de incorporar la figura de la reelección presidencial inmediata, rompiendo las vértebras constitucionales en un “articulito”, enervando de paso todas las instituciones. Que no era problema puesto que, según se daba en otra consigna aceptada, se vivía un mágico “estado de opinión”. Es decir, una situación supra-institucional, fruto por su parte de que “la serpiente todavía está viva”. Se pusieron, por tanto, las miras en un tercer mandato presidencial consecutivo, que topó con la sorpresiva negativa de la Corte Constitucional, antes tan aquiescente. De no ser así, tal vez estaríamos en un cuarto período. 

¿Qué sería de ello? Historia virtual, tan inútil como la de pensar qué hubiese ocurrido si Hitler no abre los dos flancos de guerra en Europa, oriental y occidental, o si los ingleses hacen caso a la negociación de paz esbozada por su lugarteniente, Rudolph Hess. Total, en Colombia, Juan Manuel Santos llevó, de un lado, las consignas de seguridad democrática a los niveles que no había alcanzado su predecesor y de otro aceptó mantener los canales secretos con las Farc. Inclusive, en medio de ellos, se dieron las bajas de los militantes principales.

Esas conversaciones, con preacuerdos firmados, van por el ciclo 31.  Ahora, con la liberación del general Rubén Darío Alzate, deben recobrar el ritmo. Nocivo sería que por razón de las interrupciones con fines humanitarios la mesa de La Habana vaya a sufrir desmedro o morosidad. No están la opinión pública ni la propia dinámica adquirida en los diálogos, para dilaciones. Perjudiciales, desde todo punto de vista. Para todas las partes, entre ellas por supuesto la sociedad colombiana.

De todo el país es conocido que buena parte de lo que no pudo avanzarse en el Caguán se dio por las continuas suspensiones de las Farc. De hecho, de los tres años y medio del proceso, cuyas fricciones permanentes se daban por la prórroga de la “zona de distensión”, tuvieron muy cortos lapsos de negociación contemplada en la agenda. En otro caso, el de las conversaciones de Caracas y Tlaxcala, el no avance se daba porque el primer punto era el cese de fuegos bilateral, cuyo acuerdo era exigencia para entrar en los demás puntos. Ninguno de los dos temas ocupa hoy la mesa, cuando se negocia en el exterior y se debe buscar un desescalamiento de las acciones ofensivas hasta finiquitar el conflicto, seguramente por etapas, entre ellas la localización y verificación de las tropas subversivas. Ese, el tema. Y no las interrupciones.