Obama-Santos: la paz en serio
El espaldarazo al proceso de paz por parte del gobierno de Estados Unidos, en cabeza del propio presidente Barack Obama, señala la seriedad que internacionalmente se le pone al asunto. Desde que las Farc asesinaron a los indigenistas, en 1999, el tema había sido prácticamente clausurado de la política norteamericana. Inclusive el hecho de filtrarse entonces las conversaciones de la subsecretaría de Estado con Raúl Reyes había puesto de antemano el proceso en aprietos. Entendido estaba que el tema exigía reserva absoluta. Todo ello fue lamentable, hiriendo los diálogos casi desde el comienzo, mucho más tiempo después cuando el gobierno de Bush determinó que no toleraría ningún “santuario terrorista” tras el 11-S, lo que a la larga terminó presionando la denominada “zona de distensión” en el Caguán.
Desde luego, hoy Estados Unidos no tiene participación directa en el proceso de La Habana. Pero siendo Colombia uno de sus principales aliados en el continente su sombrilla internacional resulta auspiciosa. De hecho eso queda demostrado, no sólo con el llamado catch up entre Santos y Obama esta semana, sino igualmente la visita del vicepresidente Joseph Biden al Jefe de Estado colombiano al día siguiente de pasada la segunda vuelta y la reunión de esta semana con el secretario de Defensa, Chuck Hagel. Ambos han dado también su respaldo al proceso de modo categórico.
Pero más allá de ello, la clave está en la ayuda norteamericana para el posconflicto. Hoy nadie dudaría de que el Plan Colombia fue el elemento clave que hace una década permitió cambiar el eje de la confrontación armada en Colombia. En esta ocasión, cuando se busca un nuevo escenario para el país, Estados Unidos seguirá siendo factor determinante.
Algunos escépticos, cuando el presidente Santos pronunció su reciente discurso en Naciones Unidas sobre la paz en el país, sostuvieron que nadie pararía bolas, estando el mundo incurso en variables bélicas tan estridentes como la del Estado Islámico y los sucesos en Ucrania, Siria, Irak, y el mismo Israel en la Franja de Gaza.
Lo que acaba de acontecer entre Santos y Obama, con los miembros de su gabinete, demuestra que no es así y que se mantiene un profundo interés en la materia.
El posconflicto se ha vuelto casi un término coyuntural de la política colombiana. Pero nadie sabe qué es, cómo se entiende ni cómo puede avizorarse de una manera técnica e idónea. Lo que se sabe es que habrá de darse una suma ingente de recursos para recuperar las áreas afectadas por la violencia durante décadas y que en ello Colombia requiere de la colaboración financiera internacional.
Precisamente España, que aún padece la honda crisis económica, tuvo esta semana el valor y la solidaridad con los colombianos de comprometer eventuales recursos para el posconflicto. Resulta un acto que el país recibe con gratitud y que en su momento se verá cómo ha de concretarse.
España ni Estados Unidos, ciertamente, se distraen en, por ejemplo, los enfrentamientos de algunos líderes colombianos con los venezolanos, que resultan pleitos personalistas de menor cuantía. En el ámbito internacional el asunto de la paz en Colombia va en serio y por más que sea hoy una Nación de renta media se tendrá, en la mesa de donantes que a partir de ahora se pretende en Europa, explicar con creces las necesidades financieras que tenemos.