Sentimientos extraños
Con el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, en el país se levantó una increíble ola de indignación, se exacerbó el nacionalismo, salieron a flote las banderas y los escudos patrios. Los colombianos nos dimos cuenta de que Colombia existe, que un montón de kilómetros que nadie conoce también son nuestros, que no podíamos dejarnos quitar un pedacito de nosotros mismos. La cosa es que es un sentimiento extraño, un sentimiento de derrota, no de apropiación.
Si fuese de apropiación al menos creo que tendríamos que decir algo sobre ese terreno que siempre hemos considerado nuestro, pero en el fondo creo que el dolor es más grande porque ganó Nicaragua.
Si fuese de sentido patrio sentiríamos lo mismo con las fronteras que nunca recordamos, con los límites que nadie visita. Si fuese de indignación verdadera, estaríamos en la calle indignados por realidades que viven miles, millones de colombianos, todos los días.
El fallo es absolutamente injusto, nadie puede decir lo contrario. Injusto porque llevamos años considerando que ese mar es nuestro, porque es la fuente de subsistencia de miles de pescadores sanandresanos. Pero es injusto con ellos, con San Andrés, Providencia y Santa Catalina, no con los colombianos que a duras penas escucharon del Tratado Esguerra-Bárcenas cuando salió en los noticieros, con los habitantes de un país que no conocen, que no sienten.
Considero que sí terminó siendo patrioterismo barato. Una reacción de pérdida, no de amor propio. Más bien deberíamos recordar qué hemos hecho los colombianos por San Andrés y por esa inmensa extensión de agua. Ahora sí nos preocupamos por su ecosistema, ahora sí por el narcotráfico y la necesidad de vigilancia. De repente nos sentimos todos falsamente isleños, cuando apenas pensamos en la isla para ir a veranear.
A mí personalmente el fallo me duele por la desidia del Estado colombiano, no frente a la defensa que quizá no hubiese podido ser mejor, frente a esa falta de inteligencia para hacer de las fronteras un espacio cierto y certero, como sucede en los miles de kilómetros que compartimos con otros países. En la ciudades capitales nos olvidamos de las fronteras, de los territorios alejados. ¿O acaso alguien piensa en la situación de Guainía o de la Amazonia? Nos encerramos en las metrópolis pensando que el país está entre urbes de cemento, cuando la historia de este país ha sido principalmente del campo.
Es una lástima que haga falta que nos quiten un pedazo de mar para que nos acordemos que Colombia existe.
@juandbecerra