Tropicalismo exótico
Lo único claro de la política de nuestro país es que es exótica. Exótica como dice el Times, no sólo por la maravillosa discusión entre compadres que han compartido la Presidencia de la República, sino porque todos los días aparece un nuevo escándalo que reverdece el panorama para caricaturistas y humoristas.
En este país hablar de política es encontrar una risilla irónica, un discurso desenfrenado de experiencias inverosímiles, de cuentos de hadas en los que los finales siempre terminan siendo en contra de cuarenta y seis millones de colombianos.
Ejemplos abundan en nuestro tropicalismo exacerbado. Un exsenador de la República, condenado por parapolítica y acusado ahora de narcotráfico y manipulación de resultados electorales que al llegar a la cárcel recibe la solicitud de no volver a remodelar su celda o hacer grandes fiestas, amén de contar con exdirectores del DAS para la limpieza de sus baños, como si hubiese que llamarle la atención para que se comporte como un preso. Eso sin contar que toda la opinión pública está pendiente de sus actuaciones, y él simplemente sigue afirmando que todo es parte de una persecución en su contra.
Y ni hablar de los presidentes del órgano representativo por excelencia, que en el momento de la crisis ocasionada por todos los entes involucrados, lograron la valentía para aceptar que no leen las leyes que firman, porque “siticos, ala”, están muy ocupados. Y se sienten víctimas de las circunstancias y consideran oportunista un referendo revocatorio en su contra, como si ellos no tuviesen la culpa de nada. Sólo falta que pidan un par de cursos de lectura rápida, como para que al menos los puedan contratar en algo cuando salgan del Capitolio Nacional.
O qué se puede decir del senador que evitó la prueba de alcoholemia, que terminó pidiendo explicaciones por la condecoración de los policías que el mancilló con sus 50.000 votos; o la funcionaria de la alcaldía de Ibagué que se gastaba la plata de la ciudad en sus comprar personales y como recurso de defensa pidió que le declararan un trastorno compulsivo de comprar; o el Secretario de Tránsito de Turbaco que afirma con gallardía que 8 ó 10 cervezas no logran emborracharlo a uno.
Esta es la política que tenemos. Quizá lo que parece más claro es que nuestra democracia es demasiado imperfecta y que por tanto, debemos hacer algo para cambiarla. La cosa es que si en las páginas del mundo aparecen nuestros presidentes haciendo lo mismo, será casi imposible decirles a nuestros hijos que hay un camino diferente.
@juandbecerra