Ayer y hoy
Este sigue siendo el país del sagrado corazón. Y no es sólo que tengamos un partido político que cree en los presidentes vitalicios en medio de un sistema que llamamos democrático o máquinas tan milagrosas que son capaces de solucionar todos los problemas de la malla vial de una ciudad como Bogotá, como si estuviéramos en el Macondo de Melquiades.
Es que de repente es más importante pensar en las preferencias y decisiones sexuales de las personas que en los problemas de un país que definitivamente sigue atado a las costumbres de las cavernas.
Ahora bien, no sé qué puede llegar a ser peor. Un partido político que entendió que tiene tan poco criterio como para convertir a Uribe en un monarca, un alcalde que es capaz de creer que es tan importante como Galileo pero con los inventos de otros, o que a alguien le importe más la pareja de un ministro que sus actuaciones como líder de una cartera del Gobierno. Cada noticia un poco más absurda que la anterior, más arcaica, más increíble.
En eso nos convertimos. En la cuna de historias imposibles de contar, de esas que avergüenzan, que hacen llorar. Que nos recuerdan que aún esperamos encontrar las caletas de los capos del narcotráfico, que preferimos pepas de oro en lugar de páramos que de repente nunca existieron. Es como mirar el espejo del olvido, como si de verdad fuésemos parte del realismo mágico del Nobel que hasta el infierno terminó ganándose.
Quizá todo pueda parecer cómico para un extranjero que escucha casualmente las historias y vuelve a su vida normal al día siguiente. Quizá al contársela a nuestros hijos puedan tomar un matiz un poco más dramático. Como la quema casual de ciertos archivos y procesos en Bucaramanga, como el exterminio físico y psicológico de aquellos que creyeron en la paz alguna vez, como el exterminio físico y psicológico de aquellos que aún creen en la paz.
El país del sagrado corazón, ese es el país que seguimos siendo. De nada sirve que entremos en el siglo XXI, que podamos ver cada contrato que se firma en el país en la pantalla de nuestros celulares, que la tecnología empiece a controlar la mayor parte de los procesos. El problema es de la gente, de nosotros los colombianos. El problema real de nuestro país es que nosotros no hemos cambiado, que nosotros no hemos querido cambiar. Todo sigue igual. Nos hemos como detenido en el tiempo. Hay que despertar para estar a tono con la época de la modernidad y del futuro. No podemos seguir estancados.
@juandbecerra