La parsimonia de Obama
No es poco recibir en herencia el peor déficit fiscal en la historia y el más alto descrédito internacional padecido por el país. Estos fueron precisamente los legados no renunciables que tuvo que aceptar el presidente Obama hace 4 años. Muchos abrigamos dudas serias acerca de su capacidad para enfrentar estos desafíos. Cierto talante suyo que tiende a dar largas a los problemas y dilatar soluciones generaba inquietud.
Hay que recordar: sistema financiero en crisis, burbuja a punto de estallar en la construcción y consumo castigado por niveles exagerados de deuda. Las medidas de la nueva administración Obama fueron para algunos analistas simples paños de agua tibia incapaces de enderezar la crisis. Pero casi 4 años después, como lo escribe Paul Krugman, la normalidad financiera regresó sin estar acompañada por una recuperación robusta que por lo general sólo llega con un boom en la construcción. Sin embargo, el trámite de licencias en varios Estados empieza a mostrar reactivación. La deuda de los hogares es alta si se mira dentro de patrones históricos pero la relación deuda-PIB cayó finalmente.
Las olas de tempestad que despidieron a Bush se serenaron sin provocar despegue económico. La combinación de políticas auspiciadas por la administración Obama reducirán el déficit federal por 600 billones o 4 por ciento del PIB para fines de 2013. Esto producirá menor número de ingresos gravables lo cual reducirá ingresos al gobierno federal. Hay acuerdo unánime: las políticas tributarias y de gasto público disminuirán el déficit.
En estas circunstancias, el crecimiento será apenas del 0.5 por ciento y la economía se contraería a una tasa anual del 1.3 por ciento en la primera mitad del año y se expandiría 2.3 por ciento en la segunda parte. Eliminar o reducir la contención fiscal sin imponer medidas comparables en años futuros reduciría la producción e ingresos en el largo plazo en contraste con lo que ocurriría si la restricción sigue en su lugar.
Pero si la política fiscal actual se extiende por un período prolongado, la deuda federal en manos del público -que llega a 70 por ciento del PIB, en su más alto nivel desde 1950- crecería más rápido que el PIB. Y esto sería insostenible.
La solución en que deberán concurrir Obama y el Congreso se encuentra entre dos extremos: enfrentar el problema en el corto plazo, eliminando o reduciendo la restricción fiscal, lo cual acarrearía costos económicos colosales en el largo plazo; o atacar la situación deficitaria en el largo plazo permitiendo que la integridad de la restricción ocurra ahora lo cual ahogaría la economía.
Y es aquí donde vienen a concurrir republicanos y demócratas responsables: sólo una combinación prudente de políticas sacará a EE.UU. adelante. Se requiere de una nueva ley que introduzca cambios en impuestos y gastos que permitan un crecimiento moderado del déficit en 2013 en contraste con lo que ocurriría bajo la ley draconiana que tiene al país al borde del precipicio. Este nuevo escenario hipotético reduciría gradualmente el déficit durante una década pero permitiría al país tener un crecimiento holgado del PIB.
Y nadie como Obama para mover hacia adelante esta solución de compromiso. Se encaja dentro de su talante central y conciliador que con frecuencia se confunde con pequeñez de espíritu. En Obama, no me cabe duda, gravita un elemento de parsimonia calibrada con la precisión de relojero suizo que a veces genera impresión negativa pero es, sin duda, el arma secreta de un buen estadista.