Culto a la ignorancia
BREXIT + TRUMP
Anarquía como factor de relaciones internacionales
Si el día de la decisión fuera hoy, Gran Bretaña podría salir de la Unión Europea y Donald Trump podría ser elegido presidente de EE.UU. Lo que parecían imposibles en dos de las democracias más sólidas del mundo, dos de las economías más modernas y diversificadas y dos de las potencias internacionales más poderosas –miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU- son hoy dos espectros atemorizantes que ponen sobre el horizonte el factor anárquico en las relaciones globales.
La inestabilidad inherente al sistema internacional viene confirmándose nuevamente. La anarquía, como escribió el pensador constructivista Alexander Wendt, es finalmente lo que los Estados hacen de este elemento inextirpable en la interacción externa. Las posibilidades van desde el balance de poder nacido en el Congreso de Viena de 1815 a la doctrina de la contención de posguerra para llegar al mundo multipolar inherentemente inestable.
Un informe del mes pasado de la OCDE muestra los efectos graves en todos los órdenes que la salida de la UE tendría para Gran Bretaña: reducción vertical en inversión extranjera directa, aumento en tasas de desempleo, reducción de fuerza laboral debido a decrecimiento en inmigración, agravamiento crónico del rubro bienes de la balanza de pagos vis-a-vis resto de Europa. En términos monetarios netos cada familia británica tendría que desembolsar la suma de 3.000 euros hasta 2020.
Las consecuencias económicas y políticas de la victoria de Trump son incuantificables, por la naturaleza radical de la xenofobia que impregna sus propuestas siempre vagas e indeterminadas. Se trata, ni más ni menos, que desatar guerras comerciales con China y México a través de aranceles prohibitivos y barreras no arancelarias apenas esbozadas por el candidato republicano. Así mismo, acabar con la Trans-Pacific Partnership, alianza que es motor del comercio pacífico con China, Australia, Japón, Chile y Perú, entre otras economías. El impacto económico neto sacudiría hasta sus entrañas económicas y sociales sectores como el automotor e informático.
¿Se encuentran Cameron y Trump respaldados por estudios públicos de factibilidad que avalen sus cometidos? Ninguno. Así de simple y preocupante: ninguno, como lo han expresado coincidentemente dos medios conservadores, The Wall Street Journal [estadounidense] y The Daily Telegraph [británico]. En sus equipos no hay un solo especialista académicamente avalado, formador de riqueza experimentado [Trump se basta a si mismo] o analista de objetividad reconocida.
Las dos aventuras políticas -cuyo triunfo es muy posible- se anclan en lecturas emotivas de la realidad económica, social y política de dos naciones con indicadores plausibles en todos los renglones de medición. Trump, a diferencia de David Cameron, ha tenido el valor y desvergüenza de mostrar su cobre peligroso, ahíto de odio e irresponsabilidad. Cameron, por su lado, prefiere posar de digno legatario de Disraeli o Thatcher, cuando su discurso superficial y engañoso es resumen de un conservatismo universal desconceptuado que cortó hace tiempo nexos con los nacionalismos exacerbados.
Churchill, Roosevelt y de Gaulle conservaron para sus países la mayoría de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU como garantía de sentido común y observancia consuetudinaria de derechos humanos de cara a la Unión Soviética de Stalin y China de Mao, campeones de su transgresión. Durante más de 70 años, Gran Bretaña, EE.UU. y Francia han sido adalides, no sólo de valores transversales sino de la unión económica entre naciones.
No caminamos hacia el gobierno global que proclama la teoría cosmopolitana porque naciones y nacionalismos seguirán. Pero afirmar la identidad nacional como lo hacen ahora Trump y Cameron es un paso que hace retroceder el sentido de civilización. El hecho no tendría que consternar si se tratara de desviaciones de líderes, una constante histórica. Pero estamos ante el despliegue del culto temible de la ignorancia anunciado por Isaac Asimov. Y la anarquía tiene esta vez el color de pueblos que deciden.