Juan Daniel Jaramillo Ortiz | El Nuevo Siglo
Lunes, 22 de Junio de 2015

Lo que salva la paz 

 

Pasados  los ceses unilaterales de Gobierno y Farc con el resultado bien amargo -en términos de muertos y catástrofes ecológicas dejados por el movimiento insurgente- proponer un cese bilateral suena a anatema mayor. Sin embargo, esta es la única  fórmula que resucitará un proceso de paz herido de muerte cuya credibilidad se deshace segundo a segundo como agua que se escapa de dedos que buscan guardarla.

Las Farc continuarán acciones bélicas incrementadas en número e intensidad. La confianza seguirá en picada y llegará el momento en que la cuenta corriente de opinión pública para sustentar los diálogos de La Habana entrará en rojo. En este instante no habrá nada que hacer. La única vía en que el Presidente de la República -el único en condición de rescatar el proceso- puede resucitarlo es con una inyección dosificada y hábil de confianza pública que coloque en cintura muertos y voladuras.  Esto, la tregua mal formulada, era lo que venía sosteniendo lo que se desarrolla en La Habana.

Los ceses unilaterales, así sean coincidentes, no operan. Está comprobado decenas de veces en el conflicto palestino-israelí e, históricamente, durante la insurgencia del ejército IRA en Irlanda del Norte. No es sólo la presencia de spoilers (agentes externos interesados en minar procesos de paz en camino) sino la inexistencia de mecanismos que certifiquen la limpieza del cese. Dentro del contexto de guerra y en mayor medida de guerra sucia que desatiende los cánones bélicos contenidos en las convenciones de La Haya de 1899 y 1907 y de Ginebra de 1949 y 1977 no se puede confiar en la buena fe de las partes para mantener el cese.

Es necesario construir y defender el cese El fuego. Es sorprendente que los negociadores Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo hubieran dejado seguir adelante ceses unilaterales no verificados y no monitoreados. Semejante error no se le ocurre ni siquiera a un novato en temas de confrontación bélica y desarme. El Presidente de la República no está obligado a manejarlos pero si los funcionarios encargados.

En 1999, en la guerra de Kosovo (antigua Yugoslavia), se creyó por algunos desinformados funcionarios de la Unión Europea que una aproximación diplomática informal, no monitoreada ni verificada, pondría en cese al movimiento insurgente KLA. Sucedió lo obvio: ruptura subrepticia de la tal tregua. A lo cual siguieron los bombardeos de la OTAN que dejaron centenares de muertos civiles. El Tratado de Kumanovo, supervisado por la ONU, puso fin al enfrentamiento y aseguró un cese rodeado de verificación y monitoreo.

Verificación es el proceso de reunir y analizar información con el fin de generar juicios acerca de cumplimiento o incumplimiento de un acuerdo. La verificación busca detección, disuasión y construcción de confianza. Se trata de una técnica acabada que llevan adelante hoy organismos del rigor científico de Vertic, institución independiente con sede en Londres, que ha tenido a cargo la verificación y monitoreo de las tareas más delicadas en desarme nuclear y ceses en época reciente.

Al proceso herido sólo lo salva la confianza de la opinión. Esta confianza sólo podrá edificarse con la suspensión del escalamiento en víctimas y pérdidas a nuestra infraestructura. Si este cometido no se inicia ya, necesario será empezar a entonarle réquiem amable a lo que ocurrió en La Habana.

Hora de actuar, señor Presidente de la República.

 

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Ni en las negociaciones bilaterales durante la administración Barco y Turbay llegó Venezuela a sugerir lo que contiene el decreto reciente. La Hipótesis de Caraballeda de 1980 muestra los máximos y mínimos a que podrían llegar ambos países. Venezuela revienta sus máximos y esto no es aceptable. Punto.