ADIÓS A LA APOLOGÉTICA
Significado de una maestra
La muerte muy cerca de los 100 años de la profesora Carmen Casas Morales en un país aún azotado por la confrontación civil obliga a mirar de cerca el declive de la fe religiosa como agente de conflicto interno en Colombia.
Carmencita, como la llamábamos los estudiantes fanáticos de su poder didáctico y dulzura, subyugantes ambos, ejerció como profesora de religión y directora de programas de formación para el sacramento de primera comunión en los colegios Gimnasio Moderno, Gimnasio Campestre, Gimnasio Femenino y Clara Casas entre otros. Al regresar, en 1939, de especializarse en uno de los programas para docentes de la Arquidiócesis de Boston, don Agustín Nieto Caballero la invitó a estrenarse en su Gimnasio del barrio El Nogal en Bogotá que serviría de ejemplo a los subsiguientes con nombre similar.
Así, en las aulas y prados gimnasianos ejerció su cátedra de fe religiosa, entendimiento y convivencia. Era extraño para los padres de la época -décadas de los 30 y 40- que la profesora Casas hubiera prescindido de los textos de apologética cuya función era la defensa de la fe contra los impíos.
Durante el período colonial y tras la independencia, la educación EN Colombia permaneció sujeta a las nociones de enseñanza religiosa del paleocristianismo, con presentaciones cargadas de mensajes intimidatorios de los apóstoles Pedro, Pablo y Judas. Incluso, en el esfuerzo que se hizo con las escuelas llamadas santanderinas que impulsó el general Santander, la apologética siguió siendo el martillo que estimuló la confrontación entre liberales y conservadores.
Fue en el Colegio de Boyacá -paradójicamente seno de la más hirsuta versión cavernaria de la fe católica- donde empezó a despuntar un espíritu nuevo de docencia religiosa. Las rectorías de uno de los más altos puntos de nuestras letras decimonónicas, José Joaquín Ortiz Rojas, así como de los médicos Miguel de la Rotta Castañeda -después gobernador de la provincia de Vélez y de Antioquia- y José Santos Acosta Castillo -más adelante fundador de la Universidad Nacional y presidente de la Nación- y de Jesús Casas Rojas, empezaron a modelar currículos alejados del espíritu guerrero de la apologética.
Casas Rojas, conservador nacido en Chiquinquirá, emparentado con Ortiz, De la Rotta y Acosta -liberales radicales- se hizo cabeza de una familia de educadores para la libertad y la convivencia: José Joaquín Casas Castañeda, Jesús Casas Manrique, Alfonso Casas Morales. Desde Tunja -epicentro anterior y posterior- del odio mortal partidista y del oscurantismo religioso se expandió a Bogotá y a otras ciudades la enseñanza del catecismo de paz.
“Niños necios no existen” repetía Carmencita en frase profunda que envuelve la importancia del desafío y potencialidades de la educación. En mi caso, supe a mis 7 años de Moisés y la zarza ardiente, como del Nuevo y Viejo Testamento, por su voz susurrante. Y del Jesucristo humilde por sus virtudes de maestra integral.
Fue en la última parte del siglo XIX y primera del siglo XX y en forma limitada que la educación religiosa empezó a perder su cariz punitivo e intimidatorio gracias en gran parte al trabajo de estos boyacenses racionales. Podría decirse que el trabajo de Carmen Casas se circunscribió a unos cuantos colegios de la elite bogotana. Pero el efecto multiplicador de este tipo de enseñanza tolerante, encarnado por don Agustín Nieto y Alfonso Casas Morales, rescató la educación colombiana de décadas de odio inherente que está en la raíz del conflicto nuestro.
¡El recuerdo de Carmencita, monseñor Emilio de Brigard Ortiz, el padre Joaquín Montalvo y mis compañeros en exploración de quien eran Dios, Jesús, la Santísima Trinidad, entre los campos del Gimnasio y el Seminario Mayor, es el más maravilloso de la vida!