Juan Daniel Jaramillo Ortiz | El Nuevo Siglo
Lunes, 25 de Mayo de 2015

Lo que dijo Irlanda

 

La aprobación del matrimonio para contrayentes del mismo sexo en Irlanda envía mensajes inequívocos a nuestro país. Primero, no se trata de un tema identificado, como se cree entre nosotros, con partidismo conservador  o liberal.  Es desarrollo natural de la Carta Universal de DD.HH (1948). Lo dijo, al celebrar la victoria rotunda del sí, por 62 por ciento, el primer ministro británico conservador David Cameron.

Segundo, la noción de familia nuclear no ha hecho crisis. Simplemente, formas paralelas de organización familiar funcionan hoy. En todo el mundo, Colombia incluida. Familias con cabeza única, padres y madres del mismo sexo, familias combinadas como resultado de matrimonios subsiguientes de padres, abuelos en ejercicio de función de cabeza familiar, madres cabeza económica de hogares donde el padre ejerce roles asignados secularmente a la mujer.

Tercero, la tendencia hacia la inclusión social de los fenómenos de alternatividad familiar gana preponderancia global. Con manifestación clara en Europa y los países desarrollados de Asia. También en América Latina. EE.UU., que reveló hasta hace cerca de un lustro oposición sistemática al matrimonio homosexual, confirma encuesta tras encuesta su apoyo a una ley federal que lo instituya, después de su aprobación en varios Estados de la Unión.

En Colombia, un ministro de Justicia de la administración Pastrana dijo, hace 15 años, que “le daban ganas de salir corriendo“ de cara a la perspectiva de discutir en el Congreso el matrimonio para sus connacionales del mismo sexo. Mientras tanto, por la misma época, un conservador, este si sintonizado con los desafíos nuevos en materia de DD.HH, el presidente de Francia, Jacques Chirac, no vaciló en desbloquear el sistema legal para que abriera sus puertas a una minoría negada y perseguida tanto por Hitler y sus adeptos como por los intérpretes malintencionados de los Evangelios.

La violencia colombiana es producto en buena porción de desfases del régimen gobernante frente a evoluciones cristalizadas en diversas áreas institucionales en otros países. Así, lo que sigue siendo para ciertos colombianos cuestión de color partidista o fidelidad religiosa es hoy asunto simple de extensión justa de DD.HH en el mundo que mide bien el tiempo. Y de estas perspectivas oscurantistas se perpetúa odio disfrazado de defensa institucional.

Hace dos semanas, Luxemburgo se lanzó a las calles a celebrar la unión civil de su primer ministro Xavier Bettel con su prometido. El Santo Padre ha abierto las ventanas atascadas del Vaticano en busca de aire nuevo que descontamine el humor peligrosamente infeccioso que dejó el escándalo de los sacerdotes pederastas. De los mismos que desde sus púlpitos  excomulgaron hombres y mujeres de bien cuyo único deseo era y es la seguridad jurídica de vidas en común.

El Congreso de Colombia no quiere hablar sobre este tema. En un recinto que tuvo el valor de afrontar a partir de la primera administración de Alfonso López Pumarejo cambios fundamentales en la legislación civil que incluyó monstruosidades tales como la Ley Concha sobre apostasía y matrimonio civil.

En Irlanda se vivió el fin de semana un momento histórico que moldea una sociedad más justa y acepta su naturaleza cambiante. Al aire libre se dio el debate que eluden hoy Senado y Cámara colombianos sin entender que se trata de la concreción de derechos humanos esenciales.

Mientras en el mundo que sí camina y busca la forma de incluir a la minoría oscurantista y ultra-derechista, en Colombia -la eterna Colombia de su retraso mental irreductible- el debate sigue siendo incluir o no a los actores de la alternatividad familiar. Y el debate lo siguen fijando las palabras vulgares e idiotas de otro más de la casta espuria aquella que viaja en contravía del Papa: Juan Vicente Córdoba.