El terrorista aristócrata
Nadie debería seguir indignándose en Colombia ante los escritos difamatorios de Antonio Caballero. Este periodista es un terrorista de la palabra que no tiene empacho en desdecirse en privado de las inmundicias que predica en público. Así lo hizo con el doctor Álvaro Gómez Hurtado. Al tiempo que se regocijó en una columna del delito de lesa humanidad de que fue objeto, secuestro abominable, no tuvo rubor en comunicarse entonces con su esposa Margarita Escobar de Gómez para expresarle su condolencia hipócrita.
Y lo que hizo doña Margarita hace más de 25 años, ignorarlo y ponerlo en su lugar adecuado con sus proverbiales inteligencia y elegancia es lo que están en mora de hacer muchos en nuestro país. Empezando por el colombiano de la provincia profunda que se ha dedicado a ofender y despotricar este amargado.
El último acto de terrorismo verbal cometido consistió en equiparar al doctor Fernando Londoño Hoyos, profesional eminente, con el jefe de las Farc. Muchos se ofendieron con razón. Óscar Iván Zuluaga y otros compatriotas tienen que recordar que por su lista de ataques olientes a podredumbre de la peor han pasado Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe Vélez, Andrés Pastrana, Ernesto Samper, César Gaviria, Virgilio Barco, Belisario Betancur, Julio César Turbay y Misael Pastrana, entre otros.
Y Alfonso López Michelsen, quien me recomendó alguna vez abstenerme de leerlo para no envenenar espíritu y corazón. Porque -me lo dijo López- este señor resolvió constituirse en juez de política, historia, literatura, economía, filosofía. Y, ante todo, de moral y ética privada y pública. Sentado sobre el pedestal absurdo que él mismo manipuló. El de sus apellidos. Y sobre el Caballero de Santander y Boyacá y el Holguín de Nóvita, Chocó, tan provincianos como los provincianos que detesta, este amargado resolvió auto-constituirse en único aristócrata santafereño quien de sus apellidos recibe el poder omnímodo de asesinar honras y prestigios.
La comparación vía apellidos de dos Londoño absolutamente divergentes en sus posiciones, prácticas y creencias da la clave y síntoma. Es el apellido lo que importa para Caballero. Su subconsciente le dicta este predominio que para él ha sido el patrimonio y capital del cual ha girado sin cesar. Por ello sus puntos de referencia histórica son reducidos y se inician con las presidencias sustitutas de Carlos y Jorge Holguín, como remplazos de Rafael Núñez y Rafael Reyes. La historia colombiana es la de su familia. Por ello escribió alguna vez que el presidente Urdaneta (casado con una Holguín) le había increpado en 1952 como fuente de sus desgracias a su madre haberse casado con un liberal, su padre Eduardo Caballero.
Para Caballero la historia anterior a estas presidencias no existe y tampoco la posterior. La anterior es caverna y la posterior nuevo-riquismo político. E ignora que historia muy rica hubo antes del 20 de julio y existe ahora. Dos libros bien documentados de los historiadores eruditos, serenos e imparciales -ellos sí- Ernesto Cortés Ahumada y Camilo Pardo Umaña desarrollan el tema de los apellidos raízales de Bogotá y su sabana. Apellidos que funcionaron hasta fines de la colonia y principios de la independencia Familias cercanas a Simón Bolívar, que con él se jugaron después de haber disfrutado las canonjías virreinales, poniendo en juego sus mismos patrimonios. Las omitidas en el nuevo-riquismo histórico caballeriano.
Y no aparecen por allí Caballeros u Holguines, cuyo arribo fue muy posterior a la alta política capitalina y no por vía electoral. Pero sujeto a la capitanía de los apellidos, Caballero se nos sentó hace décadas en su silla de mármol espurio a deshonrar sin distingos. Porque los apellidos, como lo demuestra su último parangón estúpido fundado en ellos, son pulmón de su historia.