JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 28 de Julio de 2014

¡S.O.S por nuestro cementerio!

 

El desdeño de la cultura occidental hacia la muerte tiene su manifestación perfecta en Colombia con el descuido de sus cementerios. Las Catacumbas de París, red de túneles subterráneos que aloja los huesos de cerca de 6 millones de personas, es tesoro cultural salvaguardado con grandeza.  Ni qué decir de Pere Lachaise, el cementerio parisino que lleva el nombre del confesor de Luis XIV o Kensel Green en Londres con sus jardines podados y plantación perenne. La Recoleta en Buenos Aires tiene la colección de mausoleos más atrayente que se pueda admirar, en una fusión de barroco y kitsch con exhibición impecable de ataúdes a través de ventanas.

Para quienes no tememos observar el arte y la historia nacidos en el fenómeno muy natural de la muerte es de rigor ir, al viajar, a los cementerios. El más hermoso que he conocido es el militar soviético de Saaremmaa en Estonia. Y el más tenebroso es, para mi tristeza, el Cementerio Central de mi ciudad natal Bogotá. Voy con frecuencia porque allí reposan los restos de varios entre mis seres queridos. Me quedó grabada para siempre la admonición de  un profesor de bachillerato: al llegar a una ciudad vayan a sus cementerios porque eso les ayudará a entender el lugar que conocen.

Hace algún tiempo, al regresar a vivir en forma permanente en esta ciudad he vuelto a caminar extremo a extremo sus sectores trapecio y elipse deteniéndome en cada mausoleo. Doy inicio al recorrido con los que han pertenecido a los míos. Recientemente me puse en la tarea de descubrir los riesgos que amenazan a este sitio histórico y, estupefacto, encontré que muchas tumbas han sido profanadas. Entre muchas la de algún pariente de mis antepasados, jurista ilustre.

Pues bien. Se lo hice saber a uno de sus descendientes directos. No recibí nunca respuesta pero imaginé que tomaría las medidas de rigor. Regresé hace unos días y en estupor vi que del precioso mausoleo, edificado en mármol italiano hace casi 100 años, habían robado varias lápidas más, entre ellas las de quien fue distinguido funcionario público hace muchos lustros.

Esta actitud displicente, ignorante y grosera hacia la memoria de quien fue su abuelo me convenció finalmente de una impresión que llevaba adentro. Colombia es un país que no sólo pisotea, sino echa lodo en su historia y cultura. Desde sus niveles presumiblemente superiores a los inferiores.

Nuestro Cementerio Central se está acabando. El saqueo es diario frente a la mirada estúpida de sólo cuatro guardianes para un área de cientos de metros cuadrados. ¿Se habrá percatado esa mujer brillante y competente que es Mariana Garcés, MinCultura, que un tesoro patrio se está acabando en sus narices? Allí hay joyas arquitectónicas. Quizá por razón de sentimiento familiar lo más especial es a mi gusto la estatua italiana grandiosa de la Sagrada Familia, de casi tres metros, que corona el monumento llamado Pedro Jaramillo Sierra y familia. Pero está esa muestra de lo mejor de art nouveau criollo que es la fachada del José Joaquín Casas Rojas y familia, el de Luis Zea Uribe, el Gómez Sierra con sus columnatas romanas, el Londoño Sáenz con su arquitectura neo-griega germana. Y muchos otros.

Casi toda la historia arquitectónica bogotana ha caído para dar paso a edificios y lo que queda en nuestro cementerio va camino a desaparecer por culpa de brutos desconocedores de la importancia de cultura e historia. De herederos imbéciles de mausoleos y un Estado indolente. Allí se planea dizque conmemorar las víctimas de nuestra guerra. Pero víctimas de todas las anteriores, empezando por Rafael Uribe Uribe, están recibiendo un homenaje de desidia que no merecen.