JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 19 de Mayo de 2014

¡Sí al voto libre conservador!

 

El  Partido Conservador podrá obligar por medio del más burdo y descarado santanderismo a una treintena de congresistas a callar para no incurrir en doble militancia así su libre albedrío les indique acompañar a candidatos distintos a Marta Lucía Ramírez y Camilo Gómez. Pero votarán respondiendo al dictado de su conciencia.

Y, desde luego, no nos van a constreñir y llevar a empellones la mano al tarjetón para marcar una fórmula que pugna con los principios de nuestro credo político. Basta ir a los primeros programas del Partido Conservador, o a los escritos de Mariano Ospina Rodríguez, José Joaquín Ortiz o José Eusebio Caro, inspiradores suyos, para advertir la primacía que las nociones de soberanía y seguridad tienen dentro del conservatismo. Pues bien, estos principios fueron pisoteados por el gestor del proceso paz de la administración Pastrana, Camilo Gómez.

El tristemente célebre Caguán, donde se denegaron y maltrataron los atributos propios de soberanía estatal, colocó a Colombia para 1998, según Foreign Policy, en el grupo de Estados fallidos del mundo en compañía vergonzosa de Somalia y Guinea-Bissau. El gobierno de Álvaro Uribe, con sus ministros líderes Marta Lucía Ramírez y Juan Manuel Santos reivindicó el activo esencial de la soberanía estatal.

Colombia salió de la lista del oprobio y la ignominia en la cual nos había inscrito el actual candidato vicepresidencial Camilo Gómez. Saltó al otro lado de la lista para entrar a figurar pronto como caso exitoso, materia de estudio en las grandes escuelas de gobierno del mundo, que supo convertir sus falencias en oportunidades de progreso.

Lo único que se puede reprochar al presidente Andrés Pastrana, funcionario de buena fe, fue haber confiado en asesores sin luz, como lo fueron Gómez en asuntos de paz, y el canciller Guillermo Fernández de Soto en la gestión de la controversia con Nicaragua en la CIJ.

Gómez fue un funcionario ampuloso, carente por completo de contextura académica sólida, experto en cacofonías conceptuales. ¡Que de conocimiento de leyes de la guerra! ¡Que de conocimiento de derecho internacional! ¡Que de conocimiento de ordenamiento territorial!

Su conservatismo es el de un barato cheerleader de oscuro colegio en un pueblo olvidado de Mississippi. Es un padecimiento verlo ahora con la investidura de candidato, rostro fruncido y desapacible, pronunciando majaderías y estupideces sin fondo alguno.

Los conservadores, ese mucho conservatismo que sintió Álvaro Gómez, tenemos la exigencia de votar por el candidato que mejor sientan representarlo: Santos, Zuluaga, Peñalosa o López.

Infortunadamente, Marta Lucía Ramírez, estadista acabada, no debe contar con nuestro voto. Ya las encuestas la ubican en último lugar por cuenta del compañero de fórmula que neciamente escogió, después de despegar con porcentajes favorables.

Desde esta columna invito a mis lectores a ejercer su derecho a votar libremente. No es necesario temer sindicaciones de doble militancia, amenaza antidemocrática y totalitaria, que no puede doblegar el poder silencioso de nuestras conciencias.

La seguridad corre pareja a la paz. No puede existir la una sin la otra. Con esta verdad en nuestro pecho le pido al conservatismo acercarse a las urnas el próximo 25 de mayo.

El conservatismo hablará por vía de quien no lo representa institucionalmente, la fórmula Ramírez-Gómez. Para la segunda vuelta ningún derecho podrán invocar estos candidatos para endosar o traficar con los exiguos votos que reciban. Menos todavía con los que sufraguemos los conservadores mayoritarios -incluidos senadores, representantes, diputados y concejales- por candidatos distintos.

Más conservatismo que fórmula perdedora Ramírez-Gómez hablará claro.  Es que, ¡cuidado!, escogerla nos podría regresar a épocas aciagas de opresión para muchos colombianos. No merecemos semejante castigo.