Insultando el mar Pacífico
Los presidentes y cancilleres de los países miembros de la Alianza del Pacífico tienen que haberse preguntado por qué razón se celebró en Cartagena, pleno mar Caribe, una reunión de esta asociación emergente que tiene su definición y ubicación geográfica, política y económica en la cuenca del Pacífico. La reunión de Cartagena fue como uno de aquellos matrimonios en que los padres optaban por allá en el siglo XIX por esconder a la novia e incluso dar poder a otra dama, más embellecida ella, para que la representara en la ceremonia. Algo intolerable a los ojos de las sociedades incluyentes y abiertas de hoy.
Sólo un canciller irremediablemente carente por completo de atributos gerenciales, impolítico y ligero (light en lengua inglesa) resuelve preferir las comodidades de un destino universal como es Cartagena a lo que ofrecen tierra costera y mar nuestros con toda la pobreza ancestral y limitaciones materiales que se dan.
Hay que recordárselo a la actual titular de la cartera de RR.EE. Nuestra costa sobre el Pacífico no puede ser el simple mascarón de proa para meterse a la fuerza a una alianza de naturaleza internacional. En cualquier asociación que se encuentre justificada por una razón geográfica es dicha sección geográfica la que debe primar en su gestión y desarrollo. La evolución de la Alianza Pacífica debe, en nuestro caso, correr paralela a las realidades de la región que nos permite estar en ella. No hacerlo sería ponerle una vez más conejo y utilizarla como simple corredor futuro hacia otros países haciendo caso omiso de sus dolorosas realidades.
Los entornos físicos y la infraestructura de Bahía Solano, Tumaco, Buenaventura o Quibdó eran las sedes apropiadas para celebrar la reunión que tuvo lugar en Cartagena. Bahía Solano, por ejemplo, hubiera sido el escenario perfecto. ¿Por qué esconder estos lugares que exhiben, de un lado, el padecimiento de un segmento poblacional bien importante, y meter hondo en el cubilete sus riquezas y posibilidades mal aprovechadas secularmente por el Estado colombiano?
Nuestro Pacífico -hay que susurrárselo al oído a quien dirige hoy la Cancillería, para que no se irrite- es el seno principal de la cultura afro-colombiana y de numerosas tribus indoamericanas que fueron bautizadas “chocoes” por los españoles. Los ríos Atrato, San Juan, Baudó y Patía esconden riqueza biológica inconmensurable y bañan parques nacionales naturales únicos en el mundo. Se trata de la región de mayor biodiversidad y pluviosidad del planeta.
La cuota de sacrificio de Nariño, Cauca y Chocó es dentro del asedio terrorista la más alta de todo el territorio colombiano. Recuérdense los miles de indígenas de los resguardos en estos departamentos que han sido desplazados. Nuestro Pacífico, dentro de una alianza internacional, no puede ser mera escala o puerto de productos o servicios. Tiene que ser parte integral de ella y sus beneficios irrigar la región en forma prioritaria.
Es inaudito en verdad -insulto grueso a nuestro Pacífico bueno- que la Cancillería de San Carlos haya resuelto hacer de Cartagena la sede de la reunión. Ni como homenaje a Novita, el villorrio chocoano de donde procede la familia Holguín (allí llegó al primer miembro de esta familia procedente de Cuba en el siglo XVIII) se le ocurrió su titular pensar en que la cumbre de presidentes debería hacerse en nuestra ventana al Pacífico.
¡En ira santa deben andar la Tunda y la Patasola, deidades femeninas de la maravillosa cultura chocoana! Como desde hace años viven en furia los fantasmas del Palacio de San Carlos con las decisiones trastornadas que allí se vienen tomando.