Mario Laserna, conservador
Mario Laserna hace parte, en lugar fundamental, de un pensamiento conservador colombiano que existe pese a opiniones en contrario. Que no se confunde con las estrategias retóricas y fuegos fatuos de la gran mayoría de discursos políticos legislativos o de campañas efímeras. Menos todavía del oscurantismo temible que encarnó un personaje olvidado hoy -por fortuna- para gran parte de colombianos, Sotero Peñuela, ingeniero boyacense, ministro de Abadía Méndez, que inflamó el país cuando expiraba la hegemonía conservadora con la violencia sangrienta de sus condenas e invectivas. Pero vivo en el corazón de cierta derecha colombiana.
Laserna, con Álvaro Gómez Hurtado y Nicolás Gómez Dávila conforma, a mi juicio, el gran tríptico del conservatismo colombiano del siglo XX. Conservatismo continuador de Edmund Burke quien, en palabras de Harold Laski, es el manual esencial de sabiduría política escrito en los últimos siglos. Burke es ante todo el filósofo constitucional puro y excelso que no se deja engañar por los mesianismos de la ley escrita, del mágico determinismo formal de las cartas magnas cuyas églogas democráticas se perpetúan inaplicadas por los siglos de los siglos.
Burke se adentra en las particularidades propias y funciones dinámicas de las aristocracias naturales cuyo rol -mucho cuidado- no debe ser confundido con el de los beneficios y prebendas heredados impunemente sino advertido como una línea que prolongue las buenas virtudes personales y sociales. No se trata de moralina barata sino de la invocación de la educación como el más profundo principio constitucional de cualquier sociedad. Mario Laserna lo dijo una y otra vez.
Y su quehacer grande lo refrendó así. No simplemente con la creación de una universidad en un país donde cada día nace una bajo un garaje sino con la proyección que supo imprimirle a la Universidad de Los Andes, cuarto centro educativo de educación superior en América Latina, según la calificación sólida de QS.
La Constitución profunda, la que en verdad moldea los ciudadanos cuyos términos no necesariamente tienen que ir plasmados en pomposas cláusulas, preserva la tensión equilibrada entre las necesidades de libertad y orden donde el derecho natural es una realidad y de este derecho natural fluye con serenidad su ejercicio. Y esta Constitución real invocada por el jurista alemán Hermann Heller no nace de reformas formales o nuevas que episódicamente se promulguen sino de la savia civilizadora que insufle en los ciudadanos a lo largo de los años.
Por esta razón, entusiastas como lo fueron con tantos esfuerzos legalistas, Laserna, Gómez Hurtado (padre de una Constitución) y Gómez Dávila, consistentes: sólo la educación redime finalmente. Esta Constitución debe brotar del fondo de la comunidad, dijo Burke, y estar adaptada a su carácter e inteligencia. Si no ocurre así se tratará, dentro del pensamiento conservador burkeano, de un mecanismo inútil, divorciado de la realidad social.
La noción orgánica de Constitución prueba su verdad autónomamente, sostuvieron Laserna, Gómez Hurtado y Gómez Dávila. Pero también que la fe en Dios es la base de la sociedad civil y la fuente de todo bien público y privado. Aserción escandalosa para quienes invocan hoy el Estado ultra ateo y para dispararle al papel de la fe en la sociedad contemporánea hacen del gran tríptico conservador colombiano una imagen única dibujada a semejanza del miedoso Sotero Peñuela y quienes lo representan hoy.
Estos conservadores espurios viven y colean en las cornisas del establecimiento. Y tratan de apuntalar la ecuación conservatismo=exclusión, matando el ideal de libertad central a Burke y sus más perfectos adalides en la Colombia de hoy: Laserna y los dos Gómez.