Medellín, la grande
“Urbanistas creían que estaban condenadas al fracaso”
La distinción que acaba de recibir Medellín como ciudad más innovadora del mundo coloca de nuevo a una ciudad colombiana dentro de las grandes ligas globales. Bogotá es hoy por hoy la historia de un sueño fallido que el alcalde Gustavo Petro se ha encargado de refundir todavía más.
En el año 1800, cerca del 3 por ciento de la población mundial era urbana. Hoy llega al 50 por ciento. Dentro de las grandes ciudades se encuentran nombres familiares como Lagos, Jakarta, Dhaka y Karachi, pero han hecho ingreso a los rankings varias que ponen a muchos a mirar el mapamundi: Nouakchott, Douala, Ouagadougou, Temuco y Belem. O, si por alguna razón, se debe viajar a una de las nuevas grandes, Tananarive, por ejemplo (capital de Madagascar) la sorpresa se torna mayor: una urbe africana y moderna que llega a los 3 millones asentada en avances que no dejan parpadear.
No hace mucho los expertos urbanistas predecían que las grandes ciudades estaban condenadas al fracaso. Era una visión apocalíptica repetida hasta la saciedad. Y hubo una estampida hacia los suburbios desde el corazón de las grandes de América del Norte como Nueva York, Los Angeles, Chicago y Atlanta, que hicieron pensar en el desmantelamiento de gigantescos downtowns y en su reconcentramiento. Varios informes de RAND Corporation durante el último lustro evidencian que las megaciudades no están ni mucho menos a punto de desaparecer. Vienen, al contrario, transformándose y renovándose gracias a administraciones innovadoras e imaginativas.
En 1975 sólo había tres megaciudades (con más de 10 millones): Nueva York, México, D.F. y Tokio. Hoy la lista pasa de 20 e incluye a tres latinoamericanas, además de la capital mexicana: Sao Paulo y Buenos Aires y un informe reciente de McKinsey identifica a Bogotá como la próxima a hacer su ingreso. En 600 ciudades vive el 20 por ciento de la población mundial donde se genera el 50 por ciento del PIB global. Y viene conformándose un grupo de centros urbanos altamente organizados, verticales, movibles y creativos, donde va Medellín. Hay otro grupo –trasero- carente de planeación inteligente y futurista, horizontal y vegetativo, sin movilidad y fluidez, donde colocaron a Bogotá los últimos dos alcaldes.
Las megaciudades comparten dos grandes problemas: consumen el 75 por ciento de la energía global y actúan como grandes magnetos de energía humana. Una estadística asombrosa del economista Geoffrey West citada en 50 Ideas for the Future (R. Eatson, Quercus, Londres, 2013) muestra, sin embargo, que la duplicación demográfica de una ciudad resulta en una reducción del 15 por ciento en consumo energético per cápita y también, por cada duplicación, los pobladores urbanos experimentan un incremento del 15 por ciento en sus ingresos.
Este resultado neto de West, que brinda una visión optimista sobre el crecimiento urbano, tiene obvias excepciones: aquellas megaciudades que siguen atrayendo flujos demográficos empobrecidos y consumiendo energía per cápita sin control, lo cual las pone fuera de la corriente global positiva. Allí pusieron a Bogotá los alcaldes Samuel Moreno y Gustavo Petro.
A medida que los centros urbanos crecientes atraen inmigrantes ambiciosos en busca de valor económico y se concentran en menores áreas territoriales, mayor número de personas ingresa y disminuyen los costos de vida (electricidad, movilidad, agua, etc.). Esta es la migración innovadora que viene teniendo su poder multiplicador en Medellín.
La megaciudad no es per se negativa. Pero los bogotanos están a punto de creerlo porque sus alcaldes, corrupto mayor el penúltimo e inepto dañino el último, lo han impedido.