JUAN CAMILO RESTREPO | El Nuevo Siglo
Domingo, 6 de Abril de 2014

Cuaresma ambiental

 

Si   la cuaresma precede a la pascua, bien podríamos decir que la semana que acaba de transcurrir debería ser el preludio de una pascua ambiental en Colombia.

En los últimos días hemos presenciado hechos dolorosos como la terrible sequía en el Casanare con la muerte patética de un sinnúmero de animales. O los devastadores incendios forestales en el Chocó y en la Sierra Nevada de Santa Marta. Pero hemos sido también testigos de valerosas decisiones de las autoridades ambientales, como la del Consejo de Estado ordenando inversiones importantes para asegurar la descontaminación del río Bogotá, la del mismo contencioso prohibiendo la fumigación con glifosato en los parques naturales. O la del Ministerio de Ambiente delimitando las zonas reservadas en el parque de Santurbán.

También se escucharon voces como la del nuevo informe del panel mundial sobre medio ambiente de las Naciones Unidas que, con un tono casi apocalíptico, señaló  los terribles estragos que nos esperan -sobre todo en caídas de la producción agropecuaria- si no se maneja con responsabilidad el tema ambiental en el planeta. El informe del panel confirma lo que ya muchos otros estudios habían anticipado, a saber, que en las próximas tres décadas el planeta -como van las cosas- tendrá un calentamiento inexorable de por lo menos dos grados centígrados. Lo que es demoledor para la agricultura planetaria.

A propósito de la catástrofe ambiental del Casanare he recordado el estudio pionero que dirigió hace algunos años Manuel Rodríguez en la Universidad de los Andes. Este estudio de manera sencilla pero previsora pone la voz de alerta sobre algo fundamental: casi tres millones de hectáreas en la Orinoquia no pueden ser dedicadas ni a la agricultura, ni  a  ganadería, ni mucho menos a la minería.

Deben delimitarse con precisión como zonas sagradas de reserva (humedales, morichales, zonas de descanso de los ríos, lagunas, bosques de galería), que es imperioso demarcar con prontitud por las autoridades ambientales. Para que queden fuera de cualquier uso como hoy sucede con los páramos a más de 2.900 metros.

Y para proscribir todo uso que no sea permitirle a la naturaleza que en las épocas de invierno se preserve allí agua, para que en las de estío se cuente con las reservas que la madre naturaleza guarda como esponjas en la época lluviosa. Pero que son esponjas frágiles que se pueden estropear fácilmente por la mano irresponsable del hombre.

Cuando se habla de “desarrollar la Orinoquia”, no solo debe pensarse en qué cultivar allí, en qué agroindustrias desarrollar, en qué emprendimientos de hidrocarburos nuevos desarrollar, sino donde debe queda perentoriamente prohibido hacer labranza o utilizar el taladro. No hay que olvidar que los suelos de la altillanura y la Orinoquia son muy frágiles ambientalmente.

A propósito: los crudos pesados que se explotan en el pie de monte llanero son extremadamente ricos en agua. Casi la mitad del crudo que está extrayendo Colombia  proviene de los yacimientos llaneros (cerca de 500.000 barriles diarios). Por cada barril de crudo que hoy se extrae están saliendo cerca de diez barriles de agua. Acá hay un potencial gigantesco para grandes distritos de riego. Ya algo se está haciendo por parte de Rubiales y  Ecopetrol en sus campos. Pero habrá que seguir trabajando en esta dirección: es una manera amigable en  que la minería puede proporcionar al menos una parte de la solución del problema ambiental de falta de agua, que se ha puesto  sobre el tapete esta semana con la muerte dolorosa de tantos chigüiros, caimanes, tortugas y reses.

Esta semana fue pues de mensajes propios de una cuaresma ambiental. Buenos unos y dolorosos otros. Ojalá sirvan para que lo que siga en el país sea una época de pascua ambiental.