“Mensaje terrorífico es delito, dígalo quien lo diga”
LA OTRA CARA
Cautela
EL país tiene suficiente experiencia, madurez y sensatez, para no dejarse envolver por quienes desde las sombras del terrorismo quieren sembrar pánico y confusión, como ocurrió al final de la semana pasada.
La ola telefónica desatada a menos de 24 horas de los dos estallidos en zonas céntricas de la capital, puso al descubierto el irresponsable uso de las mal llamadas redes sociales. El hilo conductor no dejó por fuera líneas telefónicas fijas, celulares y mensajes por internet. Las redes sociales, no muy queridas por muchos, fueron incesantes en medio del temor. Ratificaron que son instrumento propio para confundir y sembrar burlas y ofensas, por pasiones antigobiernistas, políticas, futboleras y en general contra protagonistas de vida pública.
Quienes quieren desbocar su rabia contra gobernantes, autoridades, entidades y personas del común, como no lo dicen cara a cara, la arrojan en redes antisociales, que en concepto de este columnista, tienden a convertirse en alcantarillas de la palabra envenenada. Bien vale recordar que la libertad de expresión no contempla instigación, zozobra, pavor o vituperación contra personas.
Y se argumentan estas observaciones, con sencilla, pero significativa experiencia vivida el pasado viernes al caer la tarde. Una joven reportera llamó al estudio de trabajo de este columnista, para informar que había escuchado en celular, la voz de un hombre joven, pausado y quien de manera concreta y en forma coloquial, informaba que “fueron 4 los estallidos y no 2, que las víctimas eran 3, y que la escalada continuaría. Que esa era la verdad, no divulgada por el Gobierno para no tirarse el diálogo de paz”. Atribuía su fuente a la oficina de prensa del Ministerio de Defensa.
Con absoluta certeza no era periodista, y menos de un despacho oficial o privado, reportando un hecho de gran dimensión como si se tratara de un secreto confirmado.
Al margen de advertencias para rechazar la catarata de rumores, no sobra observar que el humor fino o chabacano, que abunda en este país, tampoco tiene cabida en el mínimo comentario sobre terrorismo. Al hacerlo difunde más este flagelo que sacude al mundo con toda clase de intereses.
El momento exige cautela. Gobierno, ciudadanía común, partidos políticos, congresistas y candidatos a elecciones regionales de octubre, ojalá midan sus palabras, lejos de ofensas y falsas versiones, y en su lugar, destaquen proyectos concretos para interés colectivo. Las pugnas de ideología partidista sobre la paz, con frecuencia, tienen característica de mensaje terrorífico. Es delito, dígalo quien lo diga.