País de ensayos
Pensar con el deseo de tener obras a la altura de distintos países del mundo es espejismo reflejado en aguas de la promesa, con imágenes de proyectos que se ven al revés, y no se hacen. Unas veces por presunta financiación costosa, y en otras, porque gobiernos, empresa privada y ciudadanía, se trenzaron en polémica hace años, frente a los grandes retos. En otras ocasiones han respirado el aire propagado por la corrupción.
El metro para Bogotá nunca arrancará. Ahora el debate es por financiación, que de hecho, subió a 15 billones. No están detrás de la puerta. Sin embargo, se olvida la contratación por concesión en alianza pública-privada, como lo han acordado grandes ciudades del mundo. De no encontrarse la vía para hacerlo, es mejor olvidarlo para siempre. Ese ensayo se agotó.
En experimentos, comenzó por quinta vez, en los últimos 14 años, la recuperación de la navegabilidad del río Magdalena, para revivir transporte de carga y pasajeros, junto a turismo y deporte. Nadie habla de los terminales portuarios en la margen del río, en poblaciones que nacieron con el país. A La primera protesta de los transportadores por carretera, el proyecto se estrellará. El manual de ideales plantea la navegabilidad en carga y pasajeros por ríos de la extensa Orinoquia, limítrofes con Ecuador y Perú. Es intención de hace décadas. Con el rechazo obsesivo de ambientalistas y ecologistas, el plan se hundirá en esas aguas.
La iniciación de obras de infraestructura vial despierta expectativas de prosperidad, para medio centenar de poblaciones y ciudades. Y están en la cuerda floja, hasta tanto se haga la primera medición del avance de la construcción. El túnel de La Línea es icono de lo inconcluso, con inversiones multibillonarias, devoradas en la oscuridad del túnel. Ya pasó a la historia nefasta de la ingeniería nacional.
Tunja, emblema histórico, tiene aeropuerto, pero no llegan aviones. El terminal y la pista, son depósitos de chatarra y trastos viejos. Hace un año se anunció reapertura con aerolíneas comerciales.
Aparte de obras prometidas, no faltan en el Congreso, las reformas a política, tributación, educación, salud, pensiones y ajustes laborales. Ojalá concluyan sin zambras ni espectáculo circense, de quienes dan la espalda y se van.
Lo que sí debe ser en grande, y con apoyo decidido, es el Acuerdo de Paz, un propósito con fe y esperanza para vivir un país sin odios, sin venganzas, ni violencia. Otra cosa será poner freno a la contratación de estudios, gastando plata para no hacer nada en el país de los ensayos.