Los secuestrados
El país transita el último tramo del año bajo un cúmulo de expectativas, unas más oscuras que otras. En su recorrido encuentra dificultades para decidir y despejar interrogantes de interés nacional que tienden a convertirse en pesada carga política, económica y social. Este panorama tiene prioridades que, si se atienden como son, serán herramientas indispensables para aplicar un ajuste equilibrado desde Gobierno y legislativo, en favor de la ciudadanía, sin distingos de estratos ni de condiciones sociales.
Resulta paradójico que Gobierno y dirigencia privada eleven globos de fiesta, alrededor de los indicadores de crecimiento económico, baja en inflación y descenso del desempleo, mientras la verdad es que detrás de esa fiesta económica, hay dolor en un número indeterminado de familias, víctimas del secuestro de sus seres queridos.
La contraparte del diálogo por la paz, no es clara frente a la Comisión Negociadora de Gobierno. El hilo conductor de las conversaciones se desconoce; el avance se divulgó en el primer punto sobre el tema agrario, y el rumbo de fondo es un enigma. No se sabe hasta dónde es conveniente la confidencialidad. Aparte de la Agenda, que es importante, se está esperando la liberación de todos los secuestrados. Que esos captores sepan que la defensa y exigencia para que entreguen esas personas, no es ideología ni de derecha, ni de centro, ni de izquierda política, sino una expresión lanzada por millones de colombianos, en un solo grito. La liberación de secuestrados, podría ser una de las condiciones para creer en la buena intención del diálogo, y continuarlo sin ninguna suspensión. Rediseñarlo puede ser razonable.
Por momentos parece que el país se olvidara de estas víctimas. Para que la ciudadanía se acuerde de ellas tiene que estar junto a un radio. Apenas son merecedoras de “un saludo a la distancia en las selvas colombianas, a todo los secuestrados”, hecho desde los noticieros radiales y programas especializados, con mensajes familiares transmitidos al amanecer.
Es una vergüenza mostrar al mundo esa tragedia humana, pero a su vez, obligación difundirla y continuarla, para no ocultar ese crimen, cometido no solo en la selva, como se cree, sino también en pequeñas poblaciones de apartadas regiones del país. El Eln, con igual responsabilidad, tendrá que abrir su diálogo. Es un compromiso inaplazable y exigente, sin caer en agendas o documentos con carreta vieja, tomada de manuales políticos de los años 60. Eso para no entrar en detalles.
Al margen de la respetable decisión del presidente Santos y su reelección, hay que reiterar que lo humanitario está por encima. Las liberaciones primero, para sellar la paz.