Duele Bogotá
Cada vez son más exigentes las responsabilidades de autoridades civiles y de dignatarios de entidades particulares con incidencia en la ciudadanía, en razón del crecimiento de población y desarrollo urbanístico. La capital que, con defectos y virtudes, es metrópoli con vida propia y marcadas diferencias frente a las demás ciudades, por eso reclama experiencia administrativa en su manejo.
Las circunstancias imponen responder con eficiencia a 10 millones de habitantes, y a parte de la periferia sabanera, con más de 12 municipios vecinos. Un círculo habitacional que deberá definir cuanto antes con Cundinamarca, el modelo Ciudad-Región con características de Departamento. Bogotá centro financiero, comercial y cultural, pese a ser golpeada por naturales, inmigrantes, y vándalos, tiene el amor de muchos. En contraste en el Concejo tienen afán de poder político para encontrar figuración nacional. Allá obtienen recursos para seguir en la escala politiquera conocida.
Trazarle perspectivas para que sea gran urbe y, supuestamente colocarla entre las primeras de Latinoamérica, es mentira y promesa de quienes se postulan a alcaldía y Concejo. Al decidir proyectos, autorizar financiación y hacer obras, se hunden en la maraña de intereses cercanos a la corrupción.
Por eso no hay transporte público de última tecnología; carece de orden urbanístico, y además olvidó el ornato, que sería la cara de la ciudad. Con certeza sus 45 concejales, no conocen más de 10 de las 20 localidades del Distrito Capital, para no hablar del mandatario local que con frecuencia, lo segmenta entre ricos y pobres. La capital es un manchón negro que crece. No solo en -La Candelaria- el sector tradicional, sino en zonas residenciales y comerciales, de más reciente construcción.
Las fachadas son muros de infamia. Lo contrario hacen grandes capitales, donde el grafiti creativo y la pintura con mensaje, son permitidos en muros móviles, que se ubican solo en parques, para hacer concursos y luego se retiran. En Bogotá, proliferan símbolos diabólicos, pintados con aerosol, letreros con improperios y extraños logos que manchan residencias, edificios y locales comerciales. Bajo los puentes de la calle 26 crecen muladares entre desechos que dejaron los constructores de la obra. Los monumentos son columnas de rayones, al igual que las señales de tránsito. Hacen honor al vandalismo. Esa imagen lóbrega se extiende entre la destrucción de calles, baja iluminación pública y falta de nomenclatura uniforme, con buen tamaño y ubicación adecuada.
No hay que exigirle al Gobierno Distrital que haga ornato, porque estalla con furia y disculpas. La ciudadanía puede tomar la iniciativa para hacerlo con vigor y dedicación como en otras épocas. Duele ver a Bogotá manchada por los vándalos y abandonada por sus gobernantes.