JOSÉ MANUEL RESTREPO ABONDANO | El Nuevo Siglo
Jueves, 13 de Diciembre de 2012

Minimizando el debate del mínimo

 

Empezó  a calentarse el debate del incremento al salario mínimo. De nuevo las posiciones se ubican en los extremos y mientras que algunos empresarios hablan de un 3%, los trabajadores de un 10%. Una opción sería ubicarse en la mitad de las posiciones y hablaríamos de un 5%, situación que a todas luces no sólo es simplista, sino puede llegar a ser económicamente inconveniente.

En medio de este debate comienzan ya las aproximaciones populistas y demagógicas sobre la materia. Por eso, muchos de los amigos de esta corriente hablan de que incrementar el salario mínimo en 20.000 pesos es muy poco, porque con dicho dinero, apenas alcanzaría para algunos panes y gaseosas. Y si ese fuera el argumento, pues esas personas tienen razón, sin embargo, me atrevo a afirmar que pasaría lo mismo si el incremento fuese de 35.000 o aún de 50.000 pesos. Mejor dicho siguiendo esta lógica deberíamos subir el salario mínimo como mínimo el 20% (situación que es absurda).

Aclaremos antes de seguir, que las familias directamente beneficiadas con el aumento del mínimo no son más del 9% de la población ocupada (entre los cuales hay muchos empleados por cuenta propia). Cerca del 85% de los hogares no viven de dicho salario mínimo.

Sin embargo, el incremento del mínimo sí tiene efectos en el resto de la economía que pueden ser perversos y muy delicados en el mediano y largo plazos. Los dos primeros efectos es que un incremento excesivo genera una expectativa de inflación alta que a su vez incrementa la pobreza, y por el otro lado presiona al alza el gasto público y con ello el déficit fiscal por la vía de la remuneración a los empleados públicos. Estos dos efectos son perversos en el mediano plazo  y destruyen confianza en la economía.

Un incremento demasiado alto del salario mínimo tiene dos efectos aún más delicados. Por un lado, genera mayor desempleo y en especial en la población con menos o nulo nivel de educación que suele ser la más vulnerable y por el otro lado, destruye la capacidad competitiva de un país. Colombia, comparado con otros países, tiene un costo unitario laboral que no sólo ha crecido, sino que es muy alto, y un incremento exagerado agravaría este problema.

Si por la vía de la Reforma Tributaria estamos tratando de reducir la carga laboral para generar empleo, no podemos ahora por la vía del incremento del salario mínimo elevar los costos de nuevo y perder el empleo que se pueda ganar.

Una propuesta sensata sería aumentarlo entre 3,7% y 4,2% que recogería la inflación y la real productividad de la mano de obra.

Algo más es populismo de Estado y algo menos es injusticia. Y esperemos no nos den ganas de imitar a Venezuela o Argentina, países que han incrementado excesivamente por encima de la inflación y que hoy son ejemplo de pésimo manejo macroeconómico.

jrestrep@gmail.com