Hay que votar
Como consta a los lectores de esta columna, mi posición frente al actual Gobierno no ha sido propiamente la de defensor entusiasta de las políticas y decisiones oficiales. Por el contrario, desde la Academia he criticado con franqueza todo aquello que me ha parecido mal; el criterio neoliberal que ha predominado en materia económica y social; su apoyo al proyecto de reforma que llevó a la consagración de la sostenibilidad fiscal para postergar indefinidamente la efectividad del Estado Social de Derecho; la reforma al régimen constitucional de las regalías; el errático manejo de situaciones tan delicadas como la provocada por el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya sobre límites con Nicaragua; el incumplimiento de las medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y los posteriores bandazos presidenciales en el denominado “caso Petro”; su injustificado propósito de inutilizar la acción de tutela; en fin, las improvisaciones y contradicciones del presidente Santos en temas de trascendencia.
Ello, sin perjuicio de reconocer los aciertos de la administración, en especial su positiva actitud y su perseverancia en busca de la terminación del conflicto armado y el haber iniciado los diálogos con la guerrilla de la Farc, un proceso que de todas maneras es inaplazable tras 50 años de violencia fratricida.
Es decir, no he sido ni gobiernista a ultranza, ni acérrimo opositor. He preferido el análisis objetivo y sereno de lo actuado por un gobernante por el que no voté hace 4 años, porque lo veía en ese momento como continuador de la administración Uribe, de la que tampoco fui devoto seguidor.
Debo recordar también que he sido enemigo de la institución de la reelección, de la que he sido crítico permanente desde cuando se propuso en 2004. Para resumir al respecto, considero que el Acto Legislativo conocido como “la reforma de Yidis y Teodolindo” fue el más dañino caballo de Troya introducido para desarticular, como se logró, la Carta Política de 1991.
Pasada la primera vuelta, hay sólo dos posibilidades: Santos o Zuluaga. Nadie más. Dos candidatos del mismo origen -ambos vienen del uribismo-, con parecidos criterios políticos, y con tendencias similares en materia jurídica, económica y social. Pero hay que votar. Como no me parece válido el abstencionismo, y el voto en blanco en la segunda vuelta no tiene efecto constitucional alguno, selecciono según el único punto que los diferencia: la búsqueda de la paz, esencial y urgente.