Las chuzadas
El escándalo desatado en los Estados Unidos y ahora en Gran Bretaña por causa de las interceptaciones ilegales es sencillamente monumental.
El analista de inteligencia, Edward Snowden, quien venía prestando sus servicios a una empresa privada y antes se desempeñara como funcionario de la CIA, ha hecho demoledoras revelaciones mediante la filtración en la red de documentos secretos del Gobierno norteamericano, y con ello ha dejado al descubierto ante el mundo la existencia de un amplio programa de vigilancia y espionaje ilegal de origen oficial, aplicado no solamente dentro -amenazando la intimidad de todo ciudadano estadounidense- sino fuera del país. Es claro que el aludido plan de interceptaciones electrónicas, denominado Prism, que mantiene la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), es de suyo contrario a los derechos fundamentales de los norteamericanos y evidentemente violatorio de la Constitución de los Estados Unidos. Snowden ha admitido públicamente ser el responsable de la filtración y ha suministrado pruebas del programa ilegal a periodistas del diario inglés The Guardian y del norteamericano Washington Post.
Es seguro que el investigador será sometido a proceso por traición y muy probablemente condenado, en un caso muy similar al de Julián Assange, fundador de WikiLeaks, y actualmente asilado en la embajada ecuatoriana en Londres. Ya ha manifestado que no confía en la justicia de su país porque no tiene garantizado un juicio justo, y por ello el propio Assange le ha aconsejado solicitar asilo.
Por si fuera poco lo revelado en Estados Unidos, ahora The Guardian denuncia que, en 2009, servicios secretos del Reino Unido, junto con sus colegas norteamericanos, espiaron a los presidentes y jefes de gobierno que asistieron a la cumbre del G-20. Entre los afectados está el Presidente ruso, según el informante Snowden, quien afirma que los espías operaban desde la base de la Fuerza Aérea británica de Menwith Hill, en Yorkshire del Norte, considerada la mayor sede de espionaje electrónico en el mundo.
Ese año se llevaron a cabo en Londres dos reuniones del G-20, durante las cuales se interceptaron comunicaciones, correos electrónicos y llamadas telefónicas.
Con independencia de la suerte judicial de Snowden, que seguramente no será la mejor, lo grave para el presidente Obama y ahora para David Cameron es el escándalo, que crece a diario, y que no será fácil de controlar. Como dijo el exfuncionario, “el gobierno no podrá cubrir esto encarcelándome ni asesinándome. La verdad viene y no puede ser detenida”.