Lunes, 28 de Marzo de 2016
La pascua esquiva
Para los judíos, la pascua representa el paso de la esclavitud a la libertad y la esperanza en una tierra prometida; para los católicos el paso de la muerte a la resurrección y la esperanza en una vida eterna. La pascua es el tránsito hacia una mejor y deseable condición, algo que le ha sido esquivo a Colombia, sumida desde siempre, diría yo, pero con mayor intensidad durante los últimos sesenta años, en un círculo vicioso de indolencia estatal y violencia multiforme que no le ha permitido dar el paso -la pascua- hacia un futuro de verdadera paz.
La narcoterrorista Farc es apenas un componente de esa amalgama de violencias, hoy ni siquiera el más significativo -la urbana y la corrupción la superan con creces- pero sí el más antiguo y perturbador. Llegar a un acuerdo para que depongan sus armas y cesen su violencia es, sin duda, un paso hacia la paz, pero ni es La Paz con mayúsculas, ni se puede lograr a cualquier precio. Ahí radica el desacuerdo de gran parte de la población, que piensa que se les ha entregado demasiado para el daño que le han hecho al país y para lo que eran cuando se sentaron a negociar, y que tampoco soporta su arrogancia extorsiva de matón de barrio.
El Gobierno les permitió organizar el campo, la política antidroga y el sistema electoral a su medida; y a su medida negociaron la justicia que los ha de juzgar y sancionar, a ellos y a medio país, pero nada les sirve: ni referendo, ni plebiscito, ni Acto Legislativo, ni Ley de Orden Público para reglamentar sus zonas de concentración. Nada que no haya salido del espacio extorsivo de la mesa de La Habana. Lo que haga el Gobierno les vale un comino si no está sentado a la mesa, y lo que haga el Congreso menos, como tampoco reconocen a la justicia que a todos nos rige.
Por eso hoy no aceptan limitación alguna en las zonas donde se deberían concentrar, dejar las armas en manos de un tercero -tampoco aceptaron entregárselas al Gobierno- y esperar el resultado de su propia justicia. La cosa es donde y como ellos quieran. Cuando escribo estas líneas las conversaciones están suspendidas, las Farc acusan al Gobierno de traicionar los acuerdos y percibo demasiado pesimismo en nuestros negociadores. Fue difícil para el Gobierno no poder mostrar nada el 23M; la mesa se quedó arreglada y el arreglo floral se marchitó. Ni siquiera el gesto incoherente de Estados Unidos a través del secretario Kerry fue suficiente para arreglar el día.
Nadie se puso feliz con eso, como afirman tendenciosamente los enemigos de los presuntos enemigos de la paz, que realmente no lo son de la paz, sino de unas negociaciones cada vez más desequilibradas en sus resultados y cada vez más extorsivas, pues ahí siguen los fusiles, debajo de la mesa, o prestados a sus compadres del ELN, que han adquirido una sorpresiva capacidad terrorista.
Sin contar sus proezas anteriores a las negociaciones, con miles de muertos y víctimas; hace menos de un año, durante apenas 56 días en que las Farc suspendieron su cese unilateral para doblegar al Gobierno, la Defensoría del Pueblo documentó 64 acciones violentas, entre ellas 17 torres de energía destruidas, 9 carreteras dinamitadas, 14 vehículos de servicio público y una ambulancia quemados, 7 ataques a oleoductos, 34 camiones asaltados con derrame de 300.000 galones de crudo. ¿Eso lo hace alguien que realmente quiere dar el paso hacia la paz? A mis lectores, Felices Pascuas.
@jflafaurie