“La salida” de Maduro
No hay nada más efectivo que incendiar afuera, para apagar adentro. Fue la estrategia más valiosa que heredó Maduro del castro-chavismo. La consigna: desviar la atención de las masivas movilizaciones, con la torpe acusación de una supuesta conspiración desde Colombia que, inevitablemente, pasa por insultar al expresidente Uribe. Por supuesto, ni allá ni aquí, tragamos el sapo. Sin embargo, sabemos que en nuestro patio trasero, un incendiario que no es más que un títere de Cuba, juega con caza bombarderos Sukhoi y alienta una guerra psicológica que desestabiliza aún más su gobierno y castiga a los compatriotas fronterizos. Lo grave es que Colombia no es capaz de rechazar la represión contra la legítima protesta venezolana y exigir respeto a nuestra dignidad, más allá de una floja declaración de Cancillería.
Es el precio que debe pagar el Presidente-candidato por los favores del “castro-chavismo”, para mantener los diálogos con las Farc, bandera de su campaña reeleccionista. Mientras tanto, existe una crisis en Venezuela que toca fondo. La presencia en la calle del movimiento estudiantil es la evidencia de que la protesta tiene su origen en la carestía, el desabastecimiento y la desesperanza del ciudadano de a pie. Los estudiantes encarnan la resistencia a un futuro incierto sin libertades y su alzamiento materializa el malestar generalizado contra un modelo económico obsoleto y un gobierno ineficiente, arbitrario, corrupto y represivo. No será promoviendo un “diálogo” como Maduro solucionará la crisis. "La salida" es sólo una: dar un paso al costado para acabar la farsa cubana y adoptar reformas que restablezcan el Estado de Derecho.
Algo debe saber él o su incompetente burocracia, sobre la denominada “Primavera Árabe”. Un fenómeno de inconformismo que inició entre los jóvenes ganó miles de adeptos y terminó con el derrocamiento de los gobiernos de Egipto, Libia y Yemen. No hay otra "salida". Puede prender fuego en la frontera, buscar espías en Colombia o apresar a la oposición, pero sólo servirá para inflamar más los ánimos entre la población, que no está dispuesta a soportar por más tiempo la restricción de libertades y la falta de bienestar, por cuenta de que su inmensa riqueza hoy sólo sirve para soportar la oprobiosa dictadura cubana y el regalo a manos llenas de su petróleo a otros gobiernos fieles al Foro de Sao Paulo.
El desastre económico es evidente. Una corrupta burocracia absorbe los recursos petroleros, mientras el déficit fiscal alcanza el 20% del PIB. El crecimiento de la economía es nulo. La inflación y la devaluación, llegarán este año a 80% y 70%, respectivamente, en un círculo perverso que genera escasez de alimentos, falta de divisas, pérdida de poder adquisitivo y empobrecimiento. Eso sí, mantienen los mecanismos de control y adhesión política al régimen, con un gasto público insostenible en “Misiones” y subsidios para el “pueblo revolucionario chavista”. Auténticos “chupa sangre” del presupuesto que no generan valor, acabaron la iniciativa privada, el empleo y apagaron el aparato productivo.
Venezuela se pierde ante la impávida mirada del continente. No hay peor gobierno que aquel que anula las herramientas de política monetaria y fiscal con torpeza desmedida, empobrece a su clase media y reprime las libertades y derechos humanos. Como tampoco hay peor ciego, que aquel que no quiere ver lo legítimo en las demandas del pueblo venezolano en la calle. No es un tema de “ultraderechas”, “fascistas” y “golpistas” en la oposición ni en Colombia. Es una realidad que reclama compromiso ético y político de los gobiernos del subcontinente, para restaurar el Estado de Derecho y la democracia en Venezuela. Es urgente revitalizar la OEA, minimizada en la cumbre de la Celac. Ni Santos ni la tropa de la Celac, Alba o la Unasur, pueden seguir auspiciando la debacle de Venezuela, cuando saben que en la coyuntura está de por medio, inclusive, la estabilidad de la subregión. ¿A propósito dónde está Obama?
@jflafaurie
*Presidente Ejecutivo de Fedegan