Orgía de vanidades
Piedad Zuccardi con orden de captura por parapolítica, como tantos otros congresistas de la U, como tantos otros abanderados del gobierno pasado. Como Dilian Francisca Toro y como el primo del expresidente.
De la ceremonia de matrimonio de la hija de un Procurador a una cárcel que, a juzgar por sus reclusos, parecerá más un campo de verano para políticos descarriados.
Iván Márquez, el cínico mayor, posa desafiante en una moto Harley Davidson. Una que no vale tanto como los noticieros sensacionalistas pretenden decir, pero que refleja la estupidez ideológica y el nivel de compromiso de la falsa guerrilla que tiene una vida de verdadera burguesía.
Marta Lucía Ramírez pretende desdibujar la lógica conservadora y para eso propone convertir al partido en rémora de los delirios de poder del expresidente Uribe. Nada más triste que un político capaz de creer que la ideología de un movimiento político se debe reducir a los caprichos egocéntricos de un personaje mezquino como Uribe: él, capaz de celebrar cada triunfo de las Farc como un logro personal en su carrera por volver al poder.
Al margen de todo esto nuestra clase política se convierte en una secta excluyente, que encontró en el Estado el hada madrina de sus anhelos personales. La idea de un proyecto de Estado no tiene cabida en nuestro país por una sencilla razón: en su cabeza los líderes colombianos administran una finca, no dirigen un Estado. Lo más aberrante es que esta inoperante clase política ya echó raíces, está tan enquistada en el poder que elimina la posibilidad de participación y de renovación. Cada ley que crean monta un beneficio más para ellos, y un impedimento más para que alguien ajeno al bazar de idiotas logre llegar a un cargo de poder.
En mi opinión el panorama de Colombia es desolador, y solo trae una mala noticia: los llamados a salvar la patria son los mismos que se han encargado de trapear la mugre con ella.
El cartel de las Farc luchando bajo los designios de una cúpula ostentosa y millonaria; las leyes de Colombia diseñadas por los mismos que saben van a ser juzgados por ellas, las ideologías políticas desdibujadas en un festín de antojos individuales.
Mucho se habla del festín matrimonial que organizó el Procurador, y lo más triste es que todos comparan la parranda con una demostración de poder digna de una realeza cuando, el agasajo, era más próximo a una orgía. Borrachos de poder, alicorados en vanidad, abrazados todos unos con otros.
Quizá, en el fondo, la fiesta era en realidad la despedida de Piedad Zuccardi antes de su viaje al campamento de verano… y como siempre: en la sociedad civil nos tragamos la mentira y la adornamos con la idea de una grandeza que merecen sólo algunos de los que no estuvieron invitados.
@barrerajavier