Trump y Latinoamérica
EL SEÑOR Donald Trump no es ideólogo, ni conoce el sistema Interamericano, ni le interesa la OEA, ni incluye en su vocabulario la palabra democracia y fuera de considerarnos inferiores, de proponer el muro para que no ingresen más mexicanos indocumentados a los Estados Unidos, en el curso de las primarias por la nominación Republicana el vacío sobresale en cuanto a las relaciones que tendría su gobierno con el continente.
Sin embargo, buena parte de su fortuna de cuatro mil doscientos millones de dólares proviene de negocios realizados en América Latina. En Panamá, es imponente el edificio de vela de setenta y dos plantas, mil unidades, con apartamentos y habitaciones de hotel, inversión de cuatrocientos millones de dólares; en Punta del Este, Uruguay, se encuentra el proyecto de ciento veintinueve viviendas de lujo, con vista al mar; en Brasil se culmina el complejo de cinco rascacielos, en la zona financiera de Río de Janeiro, con centro comercial , restaurantes y hotel de cinco estrellas para los Juegos Olímpicos; se perfilan la distribución de calzado con la empresa Premium en México y el programa turístico en Cozumel, todo con el principio de no colocar acciones en bolsas. Latinoamérica es patio que suministra jugosas presas, de esto no habla en la campaña.
Si fuese presidente, su estrategia de negocios se confundiría con la del Estado, el de las relaciones bilaterales y multilaterales, pasa a segundo plano. La promesa de hacer trizas los acuerdos comerciales y multar las importaciones desde México y China, al igual que la de dejar de comer galletas Oreo es insólita.
El doble discurso sobre América Latina, zona para invertir personalmente sin aceptar migración a los Estados Unidos mezcla intereses personales y públicos. Conformamos una identidad cultural, de hábitos, valores e idioma que merece respeto. La doctrina de “Primero América”, -inspirada en la frase del aviador de los años cuarenta Charles Lindbergh- que se refiere a la prioridad de los intereses estadounidenses por encima de la estabilidad del mundo, es errónea. Los dirigentes del continente están en mora de enfrentar el poder-obediencia como política de Estado en el caso de una victoria de Trump.
El aspirante en mención carece de calidades para ser el presidente de los Estados Unidos. Son extrañas sus afirmaciones respecto a que el calentamiento global es engaño, las vacunas para el autismo no sirven, los flacos no beben coca-cola de dieta y sus críticas al Papa Francisco. La cordura debe predominar. ¡Qué diferencia entre la posición de Franklin Delano Roosevelt y John F Kennedy, de la que predica: “El sueño americano está muerto” e impulsa el “Gran Garrote!”