Las monedas incómodas
Desconozco quiénes diseñan y preparan para su emisión las monedas fraccionarias en nuestro país, pero las de diez, veinte y cincuenta pesos no resulta fácil identificarlas, las hay de cien pesos de distintos tamaños y colores, las de doscientos pesos con impecable imagen preparadas por Dicken Castro, presentadas para la venida del Papa Paulo VI al Congreso Eucarístico Internacional de 1968, conviven con otras de ínfima calidad, las de mil pesos empiezan a falsificarse, -ya se anuncia que recogerán los billetes de esta denominación los cuales desaparecerán en breve- y cada vez resulta más complejo, menos rápido, conseguir cambio en operaciones de permanente tránsito.
La confusión se relaciona con la disminución del poder adquisitivo, causa problemas y contribuye a la desesperación de los ciudadanos llenos de recibos de pago, de facturas de impuestos, obligados a perder tiempo cada vez que necesitan hacer transacciones de bajo valor en medio de interminables filas.
No preciso el tamaño de los treinta denarios, de las monedas que recibió Judas Iscariote cuando entregó a Jesús, pero sé que podía detallarse fácilmente. En tiempos prehistóricos los cazadores intercambiaban pieles y entre los pobladores de las urbes en los actuales circulan tarjetas de crédito. El patrón oro se abandonó y las monedas no son de este, ni de plata, ni de cobre, ni de bronce, ni de plomo, ni de hierro, sino de materiales comunes y de muchos tamaños. No pretendo el regreso al trueque de sal o de té como producto moneda ni a resucitar la ley de Thomas Gresham, fundador del Banco de Londres, referente a que “si en un país circulan dos monedas una de las cuales la considera buena el público y la otra mala, la mala moneda desaloja a la buena”, pero considero que la circulación de múltiplos y submúltiplos, debe desenredarse. Tampoco pienso en la conveniencia de emitir, como en la época de la colonia, piezas de cruz y barra. Sin embargo, me quejo de que continuemos sufriendo el impacto de las monedas en los bolsillos y de los huecos que abren. El punto es de importancia menor respecto de las grandes decisiones de política monetaria, pero formalmente me dirijo al señor gerente del Banco de la República, a sus directivos, para que se ordene revisar el tamaño y el peso de estas en Colombia.
En nombre de millones de ciudadanos, de comerciantes, vendedores, turistas, conductores de vehículos públicos, cajeros, solicitantes de óbolos, religiosos, loteros, limosneros, mensajeros, lustrabotas, amas de casa, en fin, de pobres y ricos, la consigna es obtener más unificación, claridad y simplificación en la emisión de la moneda incómoda. ¿Será mucho pedir?