Los talibanes son extremistas y terroristas islámicos, con una cultura violenta. Recordemos que, en 2001, poco antes de que fueran echados del gobierno afgano, los talibanes dinamitaron unas gigantescas estatuas de Buda talladas en la roca en el s. V DC. en Bāmiyān, en la ruta de la seda entre India y China, unos 200 kms. al noroeste de Kabul. Eran, según ellos, ídolos. Pero eran también patrimonio Unesco de la humanidad.
Como misóginos fanáticos, aunque dijeron lo contrario, al llegar al poder era de esperar que la emprenderían contra las mujeres y los “colaboradores de occidente”, especialmente los Estados Unidos. De allí que miles y miles de refugiados buscaran huir del país.
Ante semejante drama humanitario es plenamente aplicable la Convención sobre Refugiados de 1951 y su Protocolo (Colombia es signataria de esa Convención), diseñada para proteger a quienes huyen de un conflicto y persecución en el país en que residen y que prohíbe que sean retornados a donde sus vidas y libertades corren peligro.
Es el caso de Afganistán. Nadie querría quedarse en ese país a estas horas, a no ser que sea talibán. Y menos si ha “colaborado” con las potencias occidentales.
Biden ha asumido la misión de evacuar a cuantos refugiados pueda y ha contado con la ayuda de varios países, no solamente en la evacuación sino con el compromiso de recibir refugiados (Pakistán. Irán, Alemania, entre otros) o como refugio transitorio (Reino Unido, Dinamarca, Kuwait, Catar, México, Colombia), mientras logra prepararse para recibir tan gran número de refugiados y suministrarles visas -después de verificar sus antecedentes- lugar donde vivir, alimentación, servicios médicos y permisos de trabajo.
Mucha gente se pregunta por qué nosotros estamos en esa lista, cuando parece obvio que primero deberían estar sus vecinos y otros países árabes que tienen culturas islámicas similares (aunque eso no es tan cierto), o los países de la OTAN que, al fin y al cabo, fueron colaboradores de los gringos allá durante los últimos veinte años. La respuesta es que entre árabes hay diferencias religiosas y que los países de la OTAN no soportan más inmigrantes musulmanes que son de una cultura tan distinta y han generado problemas como la creación de reductos en las ciudades donde no puede entrar ni la policía.
Yo creo que, en primer lugar, por razones humanitarias y, en segundo, por razones políticas, debemos colaborar con los Estados Unidos. No, como dice el inefable mamerto Cepeda, porque tenemos que reconciliarnos con Biden -que ya demostró con el envío de millones de vacunas que no tiene nada contra nosotros- sino porque es nuestro aliado, ha estado con nosotros en las malas y debemos responder a su generosidad. Además, recibir esos 4.000 refugiados sería de manera transitoria y sus costos asumidos por los Estados Unidos.
Pero no debe ser como con los inmigrantes venezolanos, haitianos y de otras nacionalidades, que entran por trochas y caen en manos de traficantes de personas, sino de manera organizada. Y esa es una labor que corresponde a Migración Colombia, que ahora está bajo la dirección de una Canciller competente.
Hay que empezar porque son musulmanes y de una cultura y tradición diferentes y pueden portar enfermedades desconocidas en nuestro medio. Por eso hay que examinarlos médicamente, vacunarlos y darles ropa fresca. Hay que examinar sus antecedentes (ojalá sean familias con mujeres e hijos) y prevenir, en lo posible, que no sean terroristas. Hay que impedir que se diseminen por todas partes. Pero, también, hay que respetar su identidad, su dignidad y sus personas. En esas condiciones, serán bienvenidos.