Ingenuidades | El Nuevo Siglo
Sábado, 3 de Febrero de 2024

El camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones, y el infierno está lleno de ingenuos. Es un axioma escatológico y una verdad evidente en cuestiones de política -interna, exterior y, ciertamente, internacional-. 

La historia universal y la de cada pueblo están plagadas de tragedias que, en buena medida son imputables a la ingenuidad -en cualquiera de sus expresiones-  tanto o más que a la perversidad o a la incompetencia. Lo dijo el Eclesiastés (“el número de los necios es infinito”) y lo reafirmó Einstein (“solo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y no estoy muy seguro de la primera”).  A la hora de analizar lo que pasa en el mundo conviene tener a mano la navaja de Ockham; y también la navaja de Hanlon: “nunca atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez”.

Quizá por pura ingenuidad alguien pensó que Nicolás Maduro y el régimen que encabeza dejarían de ser lo que son y cambiarían de conducta a cambio de algunas zanahorias y por gracia del Acuerdo de Barbados, que algún canciller celebró así en su cuenta de X: “Grandes abrazos. Sonrisas. Emocionante”.

Cuatro meses después, como la Cenicienta al pasar la medianoche, todo ha vuelto a ser como siempre ha sido con Maduro:  incumplimiento de los términos pactados, persecución de los opositores, artimañas judiciales para impedir la auténtica expresión democrática de los venezolanos. ¡Vaya ingenuidad!  Como están las cosas, tampoco este año habrá elecciones libres y transparentes en Venezuela.

Hay que ser ingenuos para creer que repitiendo el mantra de la “solución de dos Estados” se resolverá el conflicto israelo-palestino, mientras se enfilan baterías contra Israel, como si Hamás no fuera lo que es y como si, durante tanto tiempo, no hubiera hecho lo que ha hecho para sabotear, precisamente, esa solución.  Y hay que ser ingenuos para no ver lo fácilmente que la respuesta israelí a los ataques del 7 de octubre puede cruzar la línea que distingue la legítima defensa de otras cosas, menos legítimas y ya no justamente defensivas.

Ingenuos son los que piensan que un mundo multipolar será más pacífico, menos conflictivo, más cooperativo, menos inestable.  Multipolar era el mundo que precedió la Primera Guerra Mundial, y multipolar era el mundo de entreguerras.

Hay que ser ingenuos para reducir las grandes tensiones geopolíticas y diplomáticas contemporáneas a la fractura entre un presunto “Norte global” y un “Sur global” no menos presunto.

Alguien advirtió una vez, con perspicacia, que un malvado tiene a veces la inteligencia de ser bueno; mientras que un tonto casi nunca tiene la bondad de ser inteligente. Por eso a veces parece incluso preferible la maldad más explícita a la ingenuidad más incuestionable. Entre otras cosas, porque el ingenuo rara vez se da cuenta de que lo es, y porque, confrontado a las consecuencias de su necedad, siempre escurre el bulto invocando la bondad originaria de sus intenciones. Por eso también suelen los malvados ser muy hábiles para posar de ingenuos.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales